El soldado disparó sin piedad, sin remordimiento alguno, matar enemigos en la guerra (fueran hombres, mujeres o niños), no podía crearle algún cargo de conciencia. Desde que entró en combate lo hacía así; matar o morir, era la consecuencia de su mecánica actividad y prefería la primera.
Una noche, después de un largo día de matar, tuvo una pesadilla; soñó que era una máquina Aplanadora, poderosa y perfecta, que destruía todo lo que se atravesaba ante su paso eficaz y demoledor. Se vio avanzando invencible, por un campo árido plagado de rocas y hierbas mustias, bajo un sol calcinante. De pronto, una de aquellas duras rocas, pegó contra uno de sus mecanismos y lo rompió. La máquina Aplanadora se detuvo y no pudo avanzar más. En un momento, había quedado inservible. Como por su peso no podía moverse con facilidad, la abandonaron sin más, en aquel lugar. Pasado un tiempo, las lluvias enmohecieron sus partes. Su corazón de máquina se puso triste; se sintió vacía; ahora, no era más que un cacharro inútil.
Tiempo después, unas manos ásperas, callosas, la palparon y empezaron a hurgar en su interior. Retiraron el motor (su corazón) y lo instalaron en un viejo y destartalado tractor. Cuando lo pusieron en marcha, sintió que volvía a la vida; un rugido poderoso, aunque algo desacompasado, precedía su marcha. Las manos adaptaron un arado en la parte trasera del tractor; y con él a cuestas, fue y vino abriendo grandes surcos, preparando la tierra que habría de recibir la semilla bienhechora. El corazón (motor) de la ex aplanadora, se sintió feliz con su nuevo cuerpo.
El soldado despertó temblando; aquél sueño de máquinas ruidosas y con sentimientos, lo había trastornado terriblemente. No quería pensar; pero era imposible no hacerlo.
Así que, sin esperar el amanecer, el soldado desertó. |