Borracha, eso es lo que es, una ebria con afanes de siutiquería sin modestia, ella es la Nena, menuda y con un don de palabra que cualquiera se quisiera. Llega premunida de su canasto de hebras lanescas sacadas de la periferia hasta enarbolarlas al que le pregunte, ser ovillos de alta calidad sin asomo de nylon, cien por ciento de ovejas magallánicas, de pasturas libres y ausencia de ácaros, pelusas de ratones colilargos, de arañas ponzoñosas y de algún que otro coleóptero venido a menos, sus lanas son auténticas british anglo europeas y no se diga más, mientras se fuma uno, luego otro y así toda la noche al bolseo más descarado y embebe sus labios en licores azumagados mientras se le decae el habla y sus pestañas al unísono de su melena, desmayan cuan ninfas románticas adentro del vaso repleto de ron, es que como ella no hay otra, me recuerda a Bukowski sin poemas, sin rimas, ni prosas, pero de noches y trasnoches, de juerga, de largos y eternos humos envuelta.
Pero detrás de ella, por delante y por dentro habla otro idioma, hay algo ahí; los anaqueles se muestran con cerraduras barrocas y sus pájaros azules cantan sin voz, encerrados en grandes jaulas victorianas donde se escoden miles de partituras dolientes, réquiem tras réquiem de un pasado desolador del que nadie vislumbra si no es decantado por alcohol.
Mientras asomo tras una rendija con mi usual bebida, más alerta que aletargada veo lo que no otros, veo el alma, la inseguridad, la evasión y esas ganas enormes de entregarse a la vida sin mancha expuesta, sólida, concreta al inicio, ese gran edificio Art Deco de cristales emplomados que se desvanece en un líquido mercurio noctambulo zigzagueante y derramado en el mantel de hule petróleo que esconde manchas de dolor.
De la lana acrílica con remedo de ser cachemir se hizo un echarpe, oro negro con acueductos bordados donde vuelca su llanto rellenando botellas para que nunca se acabe esa noche, para que su soledad no la aplaste completa.