A MI MADRE
En el Pumuo nos pidieron, me pedí,
imágenes y recuerdos sobre la infancia perdida,
de ilusiones y de sueños y en clave de poesía;
como ejercicio de clase, pero referido a mí.
pensando sobre el papel, muy despacio, temeroso,
reclamé a mí inconsciente para que allí presentara,
un álbum todo florido, lleno de imágenes tiernas,
con caricias y sonrisas; supongo, que como todos.
caricias sí aparecieron, de mi madre y a montones,
ya pasados los cincuenta, con cuatro niños pequeños,
siempre sola, trabajando, casa, prados, vacas, tierras,
y mi padre en una cama y cuando en pie, con muletas.
y yo puse “en mi trabajo” que no tenía recuerdos,
porque ha tiempo que olvidé lo de niño y lo del pueblo,
aunque sí que hablé de males, de las fiebres, del delirio,
que en tus hijos se cebaban y cuando el primer entierro
del hijo de veinte meses, rota el alma..., ya supiste,
que aquello que lo llevara, lo llamaban meningitis.
y algunos también dijeron, cosas terribles, horrendas;
que la muerte era un descanso, porque este mal los dejaba
inválidos, trastocados que, atacando la cabeza, se quedaban,
sin razón, sin pensamiento..., ¿qué sabrán lo que es un hijo?
y volvió..., tenía yo unos seis años y la suerte me eligió,
y esta vez te apresuraste a que me viera un doctor
haciendo con tus vigilias y atenciones y cuidados,
en poco más de tres años, vencer al mismo demonio.
fuerte, sano, caprichoso y muy mimado,
me mandaste con tu hermano para asistir a la escuela;
era el más grande de todos, de ignorante y de tamaño,
pero siempre me animaste a sentarme en los primeros
y aquel orgullo mamado, tan seguro de quien era,
hicieron que me aplicara para ganar la carrera,
llegando siempre el primero.
seminarista con once y desde ahí, siempre lejos.
de verano veinte días, hasta quince en Navidad.
así compartí tu vida, como niño hasta tu ausencia.
hoy, ya 30 años que no te veo te sigo echando de menos,
recuerdo las vacaciones... entrando en mi dormitorio,
llena de orgullo de madre, como amante silenciosa,
y tu mano a mi cabeza, buscando fiebres o males,
cada noche desde niño y ya pasados los cuarenta,
que ya casi me arrepiento, de hablar de infancia perdida...
Que Dios te bendiga
(31/10/2021)
César Alvarez
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