Pueblo Chico
Lo llamé a las 23 horas, a su celular, antes que saliera el bus directo al Valle del Elqui, para coordinar la llegada temprano al otro día. Me aclaró: “Llegando al terminal de buses, tomas un taxi y pide que te lleve al Hotel Valle. Ahí te paso a buscar a las nueve. Ah, ojo, que no te cobre más de quinientos pesos”, tomé nota, que importante ese detalle.
Tal cómo lo imagine, el viaje fue un desastre, frío, sin dormir y encerrado en una lata de sardina con todas las cortinas cerradas, olor a pata y ronquidos desagradables.
Al llegar, somnoliento y con frío, me percaté que el terminal de buses estaba al lado de la plaza, en un pueblo cuyas dimensiones no eran más que la plaza y dos cuadras por cada lado. Tímidamente le pregunté a un “taxista” donde estaba el hotel.
- Camine hasta la esquina norte de la plaza, doble a la derecha, media cuadra y ahí está el hotel.
Reí mientras caminaba. Es el colmo de la exageración, pensé. “Tomar taxi por dos cuadras”.
El día del regreso temprano en la mañana fui a comprar el pasaje, caminando, si el pueblo es minúsculo y decidí viajar de día. No viajaría de noche nuevamente. Fue atroz. EL bus saldría a la una de la tarde. Me fui al hotel a finiquitar y hacer hora hasta la una.
Me senté en la recepción mientras conversaba con la simpática recepcionista. Hablamos de lo trivial, ella de hoteles por cierto, de cómo se llenaban en verano y yo comentaba lo placentero que era vivir en un pueblo chico. Muy dado a mis costumbres, no tardé que me comentara cosas, el día a día del pueblo y de a poco, cosas personales. Es soltera, treinta y cinco años, seis años trabajando en el hotel y de paso me comentó que no le gustaba trabajar en el turno de la tarde. “Por nada en el mundo”. “Imagínese, saldría a las once de la noche y es sumamente peligroso”
Miré la hora y ya eran las doce cuarenta y cinco, me quedaban quince minutos. Demoraría tres minutos caminar hasta el terminal. Así que tenía tiempo de sobra para que me descifrara el porqué de tan determinante decisión. “No trabajar en la tarde”.
Continuó: “Además que no me conviene porque me sale más caro. A la salida tengo que tomar taxi y quinientos pesos diarios suma y suma”
- Y dónde vives- Pregunta insólita, si yo apenas conocía el trayecto del terminal al hotel.
- Frente a frente al terminal de buses
- No puede ser – repliqué – si es caminar media cuadra hasta la plaza y finalmente otra media cuadra hasta el terminal. ¿Para qué ir en taxi por una cuadra?
- Si – agregaba molesta - pero el taxi tiene que dar la vuelta, no puede irse contra el tránsito.
- ¿Pero por qué no se va a pie, caminado? - Subí un poquito la voz, pretendía ridiculizarla.
- No, cómo se le ocurre, si es sumamente peligroso, las poblaciones nuevas, las pandillas, los hombres en la esquina, las botillerías, no por dios.
Y yo insistía. Recordaba el mal dormir en el bus, de ahí mi actitud terca, sin importar que los minutos pasaran
- ¿Pero en este pueblo chico para que existen los taxi? además que deben conocerse todos, cual es el peligro – Como por respeto ya no podía subir más la voz, hacía gesto.
- si pero a las once de la noche a una le pueden pegar la desconocida, cómo se le ocurre, quizás que me pueden hacer, no, cómo se le ocurre. – insistía.
Miro el reloj y era la una en punto. Quería seguir discutiendo, pero no. Me levanté y me dirigí a buscar mis cosas a la habitación, estaba cerrada, volví a buscar la llave a la recepción y de nuevo a la habitación. Ella mientras tanto gritaba “Va a perder el bus, que horror, aquí son muy puntuales”.
Mientras caminaba por el pasillo, no corría para mostrarme sereno, pensaba que estando ya en la plaza, desde ahí podía hacer señas al bus en caso que ya esté saliendo, para que me espere, así que no era para tanto.
Cuando ya me encontraba en la puerta del hotel y me aprontaba a despedirme, me recordó que tenía que firmar el registro. Fui al mesón, firmé y cuando me disponía a reanudar la carrera, mis cosas ya no estaban. El chofer del taxi, que había llamado la recepcionista, los había subido al asiento de atrás, mientras me hacía señas para que me subiera, “rápido, rápido”.
El taxista partió cómo un loco tocando su bocina estridente. Dio la vuelta completa a la manzana hasta enfilar por la calle de la plaza y en dos aceleradas llegó frente al terminal. Con la frenada atrajo la atención, diríamos, de todo el pueblo.
- Son mil pesos.
Cabizbajo saqué mis cosas, pagando con un billete de dos mil, “quédese con el cambio”, Recordé a mi amigo que me advirtió que no debía pagar más de quinientos pesos.
Mientras viajaba de vuelta en el bus recordaba a la recepcionista cuando se despedía “Ve que sirven los taxis”.
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