Todas las horas del día la ventana tenía magia. Era como que esa magia estaba impregnada en ella. Vista desde el patio vecino, también adquiría una esencia de algo inexpugnable. Un lugar inalcanzable físicamente. Pero parecía no ser necesario, la sola visión de la ventana era toda la alegría. Se podía ver también una parte del ambiente del interior. Incluso la visión permitía reconocer el aroma de esa habitación.
Desde el ángulo del árbol se veía una biblioteca, una lámpara de escritorio, entre paredes de madera sumergidas en una luz amortiguada por un tiempo detenido.
La ventana era alta y estaba flanqueada por sombras producidas por un muro interno, alto, que terminaba en una cornisa envuelta en tiempo y luz.