No puede evitarlo, lo lleva en la sangre. Hoy ni siquiera se atreve a soñar. Está condenado y debe limitarse a vivir una vida distinta, solitaria. Es lo que es; un ser repulsivo, grotesco, anormal.
Vladdo permanece en silencio. Su pálido rostro es como un lienzo sobre el cual se proyectan dantescas sombras, cada una de ellas arrastra el peso de un terrible recuerdo. Son siglos de historia los que hoy, en su memoria, emergen incesantes para atormentar su mente. Nada peor que la conciencia y la suya se renueva noche a noche. La emoción y la alegría se han escapado o quizás se han perdido para siempre tras la cuenca de sus ojos.
Las horas avanzan. En el candil, la llama danza famélica ahogándose resignada a un destino de muerte. Su tenue luz casi se extingue, juega a esconderse entre las grietas de las paredes de piedra como advirtiendo la pavorosa noche que se aproxima.
Vladdo se desplaza sigiloso a través del oscuro corredor. Por sobre sus hombros, y a ambos costados, adivina los marcos labrados en pan de oro que engalanan los serios rostros de sus antepasados. Se calza el abrigo y recoge un paraguas, observa sus zapatos pulcros, brillantes. Viste completo de negro. Recuerda cómo, en su juventud, pecó de vanidad excesiva —aún quedan resabios— pero ya está cansado, se ha convertido en un ser apático que se desvanece poco a poco entre el tiempo y la rutina. Al pasar junto al espejo esgrime una sorda sonrisa; hace mucho que dejó de buscar su reflejo, ni siquiera se voltea.
La calle está fría, olisquea el aire, lo abandona todo y emprende el vuelo. Busca un sorbo de sangre caliente que entibie, aunque sea un momento, su vacía e infeliz existencia.
M.D
¡Feliz Halloween Cuenteros!
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