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RELATO CORTO
Título: San Valentín -III-
Autor: (*) Vida Rosa

(*) Dado que el tema es susceptible de aplicarse a quién tuvo el cosquilleo de “mostrarlo” y tratando de evitar miradas solidarias o compasivas y posteriores malentendidos, permítaseme mantener la identidad en la habitación que tengo para mí; para mí sola.

SAN VALENTIN -III-

A ti Amor,
... que desconozco si existes.
14 de febrero

Ha pasado solo un año y parece que nunca hubiera vivido los sufrimientos, angustias, soledades y trabajos de todos los anteriores, que ya suman más de 55. Bueno, eso tampoco es cierto del todo, que en lo que se refiere a los hijos, es cosa bien distinta, aunque a veces pienso que es más cuestión de instinto que de emociones humanas.

Incluso, hasta podría pensar que lo que me pasa ahora, también es más cuestión de instinto que de una emoción humana y la prueba está en que soy feliz y vivo mis emociones, disfruto de placeres y me apoyo en ilusiones reales, desde que tiré todos los prejuicios por la borda y seguí el mandato de mi corazón y de mi propio instinto de supervivencia.

Es lo que hacen los animales cuando no están domesticados y no dependen de la comida del amo; cuando dejan de ser libres y su sustento depende de realizar un trabajo, como pasa en el circo o en los trabajos, donde todavía se utilizan animales, como en el campo o, de menear el rabo y prodigar lametazos, dar saltos de falsa alegría o euforia, cuando lo que buscan es una caricia o un trozo de comida y un sinfín de muestras serviles de sometimiento, como hacen los perros y los vencidos en las peleas, intentando una suerte de apareamiento.

Nos enseñaron que las emociones humanas no hay que exteriorizarlas; hay que seguir la regla, lo políticamente correcto, lo educado, lo conveniente, evitando el qué dirán, el chismorreo, la benevolencia de los demás: Hay que someterse al que manda para que todo sea correcto.

Si tienes emociones y no estás dentro de lo establecido, has de ocultarlo, silenciarlo, taparlo para que nadie lo vea. Si se descubre, te harán pasar vergüenza, se ha de pagar pública y privadamente; en silencio, sola. Te harán notar el rechazo social que representan tus ilusiones, tu felicidad, si tienes la suerte de haber descubierto, aunque sea tarde, a otra persona diferente a la que conociste cuando aún no eras más que unas cuantas ilusiones, de niña que quiere hacerse grande.

Hace un año que tenía claro que, mi vida no tenía más sentido que una lenta, solitaria y triste continuación a los años de apatía y rutina metódica, con que se arrastra la convivencia en mi casa desde que se fueron los hijos, con una total carencia de afectos e ilusiones, limitándonos a dejar pasar el tiempo, las ilusiones y las ganas de vivir.

Sin embargo, la llegada de Mateo fue como un milagro y gracias a él, el mundo, mi mundo, dio un vuelco tan grande que parece imposible que me haya sucedido a mí. Me caía gordo al principio y hasta me molestaban sus miradas lascivas e intencionadas. Más de una vez, le llamé cerdo asqueroso por lo bajini e incluso, creo que llegué a comentarlo con Mary Carmen y Luisa.

A ellas, les pasaba un poco lo mismo. También se sentían taladradas por la mirada obscena y persistente, que parecía que te desnudaba a la vez de que su cara se transformaba en una mueca como placentera y dolorosa, que le asemejaba a un monstruo comiéndose a sus propios hijos.

Y luego resulta que es totalmente distinto a esa imagen. Es atento, delicado, detallista, muy cariñoso y nada, nada bruto, ni obsceno ni nada que lo parezca. Era mi mente de emociones humanas, la que daba aquella imagen, que no era la real, ni la suya. Fue el día que mi instinto animal se sobrepuso a los convencionalismos sociales y familiares.

Sucedió con el correo por internet. Hacía tiempo que los dos pertenecíamos a una especie de foro restringido, que nos había proporcionado la profesora de informática, cuando se hizo aquel curso para adultos, al que mi marido sólo asistió un par de clases. Ahí aprendí lo que conozco de informática y desde el principio me pareció un medio divertido de matar el tiempo.

En los primeros correos nunca recordabas la cara, ni siquiera identificabas el nombre que figuraba en la dirección con la identidad de quién escribía; no importaba e incluso era hasta más conveniente, porque te evitaba ciertos prejuicios y al desconocer quién o quiénes enviábamos notas y comentarios, de alguna forma te sentías más libre; era como si se tratara de anónimos que intuías que pertenecían a alguien, que sabías que había asistido a clase con la misma profesora, pero desconocías si había coincidido contigo. o era de otra promoción, de otro curso.

Incluso desconocías si se trataba de un hombre o de una mujer, que en esos foros hay gente que actúa como en los carnavales: utiliza el disfraz de lo que quisiera haber sido, o como desea ser identificado, pero luego, debajo del disfraz, es el señor o la señora que sus personales circunstancias, le han tocado en suerte, aunque, mentalmente, hubiera deseado identificarse de otra manera.

Yo conocía a Mateo de cuando el curso, que lo hicimos juntos. Nunca habíamos intercambiado más palabras que los saludos de entrada y salida de clase, que se dirigían a todo el mundo a la vez. Sí recordaba sus miradas, que siempre me ponían algo nerviosa y hasta me hacían sentirme como manoseada interiormente. Podría asegurar que, entonces, despreciaba sus miradas, sus saludos y que su presencia en la clase me incomodaba de alguna manera. También me parecían chulescas sus intervenciones.

A través del correo del grupo, había una persona que firmaba como “Teorema” y que tenía una forma de escribir, que siempre me dejaba como pensativa por sus frases, sus ocurrencias y, especialmente, por la forma en que lo describía. Me gustaba como planteaba, en general, sus comentarios y también me interesaba todo lo que escribía. No sentía otra curiosidad que no fuera su estilo, llamemos, literario.

Tenía que tratarse de una persona interesante y equilibrada y eso era, precisamente, lo que a mí me faltaba. No sabía si era hombre o mujer, aunque sospechaba que se trataba de un varón por el seudónimo de Teorema y también por la seguridad con que actuaba. En sus comentarios nunca intuías dudas o palabras huecas. Sus comentarios siempre eran certeros y parecían veraces y no utilizaba palabrería de relleno. Me inspiraba confianza y seguridad.

Los primeros contactos que sirvieron para identificarnos los dos, se produjeron porque un día, me atreví a plantear unas dudas sobre algunos problemas para poder intercambiar imágenes y fotos, que yo desconocía la forma y sabía que todo el mundo lo hacía. Incluso tenía problemas para conocer el contenido de archivos que enviaban algunos. Muchas veces, había comentarios muy jugosos por esos archivos que yo también recibía, pero no había forma de enterarme de cómo podía visualizarlos.

Total, que un día me tragué las vergüenzas y lo pregunté, de la mejor forma que supe. Fue él, Teorema, quién casi de forma inmediata me dio todo lujo de detalles y explicaciones de manera que, sobre la marcha, ya supe cómo funcionaba aquello. Era tan sencillo que me sentí un poco tonta y le pedí su correo directo, para darle las gracias y disculpar mi torpeza y falta de conocimientos. Resultó todo un descubrimiento comprobar lo ameno, amable, sensible y dispuesto que era aquel personaje, hasta el punto de que después de varios días intercambiando informaciones, chismorreos sobre internet y otros cursos, quedamos para tomar un café y conocernos personalmente.

Acudí a la cita con bastante curiosidad y ganas de casar la imagen que me había formado en mi cabeza, con la realidad del personaje. Habíamos quedado en una céntrica cafetería que conocíamos los dos y me sorprendió que me indicara que cuando llegara preguntase por Mateo, sin más, al primer camarero que me atendiera. Solo pronunciar su nombre e inmediatamente apareció mi antiguo compañero de clase, por el que tantas veces había sentido alguna incomodidad.
Era de una edad similar a la mía, no muy alto, no muy delgado, no muy guapo, no muy calvo, no muy pequeño, no muy gordo, no muy feo, no muy peludo.

Era un tipo corriente, risueño y con cara de simpático, de aspecto desenfadado y apariencia de no trabajar en tareas duras y difíciles. Resultaba agradable a primera vista, aunque a mí me produjera cierta desazón. En esta ocasión, su mirada me pareció limpia y sus modales hasta un tanto ceremoniosos, pero respetuosos y con ganas de agradar y de quedar bien. Esto me gustó e hizo que me olvidara, de momento, de los recelos de cuando íbamos a clase.

En esa primera cita hablamos de generalidades y también de lo monótona que resultaba la vida, desde que los hijos toman su rumbo. Él también tenía dos hijos y llevaba separado de su mujer más de 10 años. Le dije que yo estaba casada y que todavía estaba muy enamorada de mi marido y que, además, era una persona afortunada por cómo me había tratado la vida hasta entonces. También le apunte que mi marido estaba prejubilado y que salíamos poco.

Mateo, que es muy observador y tiene como un sexto sentido, enseguida me empezó a tratar como si conociera todas mis interioridades. Me sorprendía cuando me hablaba porque, con frecuencia sus conversaciones, como sin darse ni cuenta, resolvían problemas y situaciones concretas de mi propia intimidad y relación familiar con mi marido y mis hijos. Esa confianza y también lo a gusto que estaba cada vez que nos veíamos hizo que, en poco tiempo, casi nos encontráramos a diario.

Al principio, solo para charlas y tomar una caña. Nunca empleábamos más de una hora y media al día juntos, pero con el tiempo, empezamos a quedar fuera de la cafetería y dábamos un paseo por el Parque de la Osa hasta que un día, apoyados en una barandilla. contemplando una carrera de dos patos detrás de otro pato, que creo se trataba de una pata, me cogió de la mano y me soltó que estaba coladito por mí.

Le solté la mano y me hice la ofendida y creo que me puse muy colorada, reprochando y lamentado aquella interpretación, que había dado a nuestra confianza. Reaccionó de forma correcta, se disculpó e inmediatamente nos separamos, para volver cada uno a su casa. Me fui de tiendas para poner en orden mis ideas y contrariamente a la primera reacción, me sentí muy satisfecha y contenta de aquel nuevo descubrimiento.

Al llegar a casa ya había un correo suyo, disculpándose por la forma en que me planteó aquel arrebato, eso decía, pero dejando claro cuáles eran sus sentimientos. Ese correo me halagó mucho, pero… no le contesté.

Cada día me escribía alguna cosa hermosa, tierna y que me hacía ponerme como una tonta. Nunca le contestaba. Sí participaba con los otros correos y con el del grupo de aquel foro, al que los dos estábamos conectados. A los correos de Mateo no hacía mención alguna ni tampoco contestaba. Así, pasamos varias semanas hasta que, coincidiendo con mi cumpleaños, envió un correo al grupo, pero refiriéndose a mí, donde me ponía por las nubes tanto en aspectos físicos como espirituales.

Esto hizo que no pudiera evitar contestar y agradecerle todos aquellos cumplidos, en los que le dije no me sentía, en absoluto, representada y, además, que no le había sentado demasiado bien a mi marido. Por supuesto que mi marido nunca se enteró de esto, como no se entera de nada; pero mi respuesta sirvió para que Mateo se presentara en mi casa para, dijo, pedir disculpas a mi marido y aclarar la situación.

Estaba sola en casa y al verle en la puerta, le hice pasar pensando se trataba de otra cosa y que venía por algún asunto de importancia. Le noté nervioso al principio, pero una vez ya sentados en el salón, volvió a declararse con la misma intención y entusiasmo que el día del parque. Traté de disimular y rechazarle, pero creo que no conseguí hacer creíble mis intenciones y que aquello no fue más que una representación teatral, que a Mateo le dio, todavía si cabe, más seguridad sobre mi frágil figura de mujer desesperada en busca de felicidad.

Le pedí que se fuera, que esta era la casa que compartía con mi marido y allí no era el sitio apropiado para que habláramos de esas cosas, pero, después de recibir su primer beso, un beso que me hizo recordar mis primeros descubrimientos del amor, me pegué unos minutos a su cuerpo y sentí una sensación tan agradable que casi me desmayo. Me flojeaban las piernas y mi corazón no me cabía en el cuerpo.

Mateo actuó, como hubiera soñado que actuaría el caballero más importante de mis ensoñaciones femeninas, sobre amores imposibles. Me besó suave y pausadamente, me cogió la cara entre sus manos, recreando su mirada en mis ojos, creo que llorosos por la emoción y los nervios y, a continuación, tomando mis manos, me acercó hasta la puerta de salida donde, con un tierno y delicado abrazo se deshizo de mí, citándome para el día siguiente en la cafetería de nuestros primeros encuentros.

De haberlo pedido, hubiera ido con él a donde quisiera, en aquel mismo instante. Quedé tan tensa, aturdida y feliz, que todavía me duran las sensaciones de aquel beso, de aquel corto encuentro. Nunca había sentido un momento tan intenso en aquella casa, que habitaba desde hacía casi 35 años. Aquella furtiva e inesperada visita, había despertado mi cuerpo, había sembrado nuevas sensaciones en mí y daría paso inmediato a plantearme, que todavía estaba viva y dispuesta a creer que existían sentimientos. Era un milagro y me estaba pasando a mí.

Permanecí como ausente y en la estratosfera, durante bastante rato, deambulando por la casa sin objetivo alguno, ni realizando ningún trabajo que tuviera alguna utilidad. No recuerdo exactamente, a qué dediqué todo aquel tiempo; solo que estaba burbujeando en un estado como de levitación y felicidad plena. Fue mi marido que, como cada día, regresaba a casa después del paseo matinal con sus amigos y con intención de ducharse para comer, quién me volvió a la realidad.

Tenía todavía la casa medio patas arriba y la comida sin preparar. No se percató de nada, aunque su llegada hizo que aterrizara y me pusiera, a toda prisa, a trajinar colocando lo más rápidamente posible, todo lo de la casa y a preparar algo fácil para comer. Comimos en silencio y sin otra compañía o conversación que no fueran la tertulia matinal de Tele-5 y el roce de los cubiertos al chocar con los platos.

Sentí como pena de nuestra situación y, al mismo tiempo, cierta sensación de que estaba haciendo algo que no era del todo correcto. No era un sentimiento de culpa, pero se acercaba bastante. Esto era nuevo y contrariaba mis sueños de hacía solo algunos minutos. Algo se estaba instalando en mi cabeza, que traería problemas, problemas de conciencia, problemas que afectaban directamente al instinto de supervivencia o a lo socialmente correcto. Habría problemas, pero me sentía viva.

Mi cabeza, todos mis pensamientos, siguieron burbujeando con Mateo, hasta el mismo momento de nuestro encuentro, al día siguiente en la cafetería. Al verle, al rozar su mejilla y recibir su olor suave, fresco y masculino, todas mis dudas se disiparon, como si penetrara en un mundo totalmente nuevo y diferente al que había vivido hasta ese momento.

De todas formas, debía de actuar con cautela y mucha calma. Tenía que ser capaz de contener mis impulsos de pegarme a él, de abrazarle, de que no notara que me sentía tan bien a su lado. Nos saludamos, nos sonreímos y nos sentamos juntos y él, sin dejar de mirarme, cogió mis manos entre las suyas y empezó a hablar como si aquel encuentro fuera continuación de otros anteriores, de una vida compartida desde siempre.

Me sentí cautivada de seguridad, de su manera de decir las cosas, de su visión del mundo, de abarcar tantos detalles y un mundo tan amplio a la vez, en cada comentario que hacía sobre cualquier cosa. No hicimos preguntas porque creo que no nos hacían falta a ninguno de los dos. Hablamos y reímos y disfrutamos del vino que pidió Mateo. Yo casi temía pedir algo con alcohol que, a poco que beba, se me sube a la cabeza y me pone roja y sofocada, como si me acabaran de descubrir alguna cosa inconfesable. De todas formas, dejé hacer y acepté de buen grado que pidiera lo mismo para los dos.

No sé si fue el momento, la emoción de sentirme tan a gusto o que el vino era especial, pero no noté, como otras veces, ni los sofocos, ni que me ponía colorada, ni se me subió a la cabeza. Me gustó tanto, que hasta le pedí que recordara la marca de aquel vino, para futuros encuentros por lo bien que me había sentado y lo mucho que me había gustado. Él coincidió en eso conmigo y me aseguró que nunca olvidaría ni la marca del vino, ni aquel momento de estar juntos, aunque fuera en aquella cafetería abarrotada de gente y con ruido de voces de público animados por una de esas carreras de coches, donde nuestro Fernando Alonso, bate todos los récords y que, yo no entiendo que haya despertado tanta afición entre todo tipo de públicos, incluida yo misma.

Estuvimos juntos como dos horas y solo nos ocupamos, tanto él como yo, de sentir que estábamos juntos, de charlar, de sentirse bien. Me acompañó hasta cerca de mi casa y nos despedimos para volver a vernos en el mismo sitio y a la misma hora, al día siguiente. Así llevamos más de 5 meses. Yo estoy profundamente enamorada de Mateo y creo que Mateo siente exactamente lo mismo por mí.

Él vive con dos hijos y yo sigo con mi marido. Llevamos tiempo planteando la forma de unir nuestras vidas, pero todavía no hemos encontrado el momento y manera de dar el paso. Él lo tiene más difícil que yo, me parece. Su hija, por lo que cuenta está tan empadrada y es tan dependiente, que quizá no soportaría que su padre dedicara sus atenciones a otra mujer, dentro de su propia casa, porque donde vayamos, de momento, su hija iría con nosotros.

Hace tiempo que le vengo planteando a mi marido la necesidad de cambiar de vida, ya que la nuestra de casados, no tiene sentido. Han muerto los afectos, la comunicación y las ilusiones. Solo nos mantiene juntos los intereses económicos que representan disponer de una casa, por la que no tenemos que pagar nada y la pensión de prejubilado que cae cada mes.

Todo lo demás ha muerto y nos soportamos sin peleas, pero esta situación es tan solo un camino directo a una vejez anodina, aburrida y solitaria. Él dice que no lo entiende, que me quiere y que, para él, todo sigue como siempre. Simplemente está cómodo y no tiene necesidades, ni ilusiones que le entorpezcan sus rutinarios paseos y las partidas de tute con los amigos.

No aspira a nada más y quizá nunca llegó a sentir emociones, ni a vibrar como la flecha lanzada por un arco en tensión como es la que despierta el amor y que yo pude acariciar en mi juventud y que ahora he vuelto a recuperar, al lado de Mateo. Quisiera dejar mi casa sin romper los pocos afectos que me quedan. Tampoco quiero que mi marido sufra, porque no se lo merece. Él hace como que no le importa que yo me divierta y salga con quién me dé la gana, pero no es eso, lo que yo necesito; ni él tampoco.

Mañana es San Valentín y me estoy planteando cómo, con quién y qué voy a hacer.

Espero, supongo, que mi marido y como en años anteriores, tendrá algún regalo o alguna sorpresa para mí. Yo, pienso que no le voy a regalar nada, ni aceptaré tampoco lo que trate de ofrecerme, si me ofreciera algo. Puede ser un buen día para poner las cosas en su sitio. Incluso podría contribuir a escenificar mejor la situación que se avecina, si hiciera como que voy a comer fuera. No prepararé nada para comer y a eso de las doce y media, me preparo como para una ocasión especial y sin decir a dónde voy, salgo de casa como si nada.
Si me pregunta, le diré que he quedado a comer fuera con otra persona y que, cuando quiera hablamos definitivamente de la forma de poner fin a nuestro matrimonio. Sí, esta puede ser una buena ocasión para plantear la cosa.

A Mateo, si le aceptaré todo lo que quiera regalarme, pero tampoco iré a comer con él. Tengo que evitar que nos encontremos como cualquier otro día, cuando salimos a pasear. Hace mucho tiempo que está buscando la forma de que tengamos un encuentro íntimo y creo que está medio convencido, de que se puede producir mañana, el día de los enamorados.

Yo lo deseo tanto o más que él, pero no puedo permitir que suceda hasta, por lo menos, haber presentado los papeles de la separación. Es lo que planteé a Mateo, desde sus primeros intentos y debo resistir hasta que la ocasión no tenga consecuencias para mi marido y consecuentemente, para los hijos. Sé que esto ahora ya no se lleva, pero yo tampoco llevo las ropas y tatuajes que visten a la gente que está de moda y no por eso, dejo de estar bien elegante.

A Mateo le regalaré una corbata preciosa, que ya tengo comprada y si insiste demasiado para que tengamos una relación a solas, le propondré que en cuanto se hayan presentado los papeles solicitando la separación y él me presente a su niña, iremos una semana de vacaciones a donde le apetezca. Eso haré y estoy segura de que a pesar de lo complicado que lo tengo, será el primer año que experimentaré la sensación de vivir otra vez enamorada y correspondida, por un hombre de verdad, como me pasó en la juventud y que, las circunstancias de mi matrimonio truncaron para siempre.

Iré sola a misa y pondré una vela frente al Altar Mayor, dirigida especialmente a San Valentín, como acción de gracias por haberme devuelto la ilusión y las ganas de vivir.












Texto agregado el 29-10-2021, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


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