En el mío ponía las vocales. Era un babero ilustrado. Bordadas a mano. Y así, mientras me cepillaba los biberones y papillas, me ponía en antecedentes sobre el lenguaje escrito.
Auténticos compendios de filosofía contenían. El mío era de los más elementales dentro de un surtido que iba desde el que contenía el nombre del que estaba detrás- su usuario-, hasta más historiados con toda suerte de dibujos: palomas, conejos, e incluso, creo, se colaba de rondón algún león y otras bestias de la selva, con sus palmeras correspondientes. Pero el mío- ya digo- llevaba las vocales, y en distintos colores creo recordar. He estado siempre orgulloso de aquella leyenda; que daba, se ve, la bordadora- o sea mi madre- importancia a la alfabetización en general y a la lectura.
También imprimían sus anhelos- las madres, principalmente- en los babis: universal uniforme de la infancia. Principalmente azules, a rayas verticales. Creo que también los había verdes, e incluso, rojos. Pero no me hagáis demasiado caso. Son recuerdos del cretácico y mi soltería, por otra parte, ha hecho que no haya seguido muy de cerca aquel hilo conductor de las vestimentas infantiles. Pues bien; en aquéllos, también se explayaban, a modo de pizarra vestimental, sobre lo que era importante o solamente accesorio. Era corriente llevar el nombre bordado en la pechera pero también dibujitos de ositos, gatejos y otros animalillos con que suelen simpatizar los niños. E incluso sumas simples- creo recordar de aquellos mis compañeros del parvulitos.
Por cierto, no tengo ningún recuerdo de tal fase escolar y eso que sí recuerdo otra anterior a la estatal- por así decirlo. De primero de la educación general sí tengo, pero para entonces éramos ya demasiado mayores y no necesitábamos guardapolvos. Ni a la maestra recuerdo del "parvulitos".
Hoy vienen- tanto los pecheros como los babis- estandarizados y se compran en los grandes almacenes, y lo que es importante lo deciden ya no las madres sino la industria de Hollywood.
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