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Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

León Felipe

I

Alrededor de una mesa de fórmica vacía, sin adornos, permanecen sentados, en silencio. Algunos dormitando, otros con los brazos en cruz sobre la falda, hay quien tiene la mirada perdida en un punto cercano de la pared y la mente vaya a saber dónde.
Una mucama le alcanza un vaso metálico, con un jugo de fruta aguado, que tampoco está frío, a alguien que ni siquiera responde con un gesto de cortesía.
En otra mesa, mucho más chica, sobre un ángulo del salón, hay dos personas que parecen estar jugando al dominó. Se miran sin verse y colocan las piezas del juego sobre un tapete descolorido. Mueven sus manos automáticamente, sin gestos, sin expresión en sus rostros. Una de ellas tiene el cuerpo vencido y parece apoyar la cabeza casi sobre la mesa, la otra tiene los párpados enrojecidos y mueve su boca cada tanto como haciendo pucheros.
Pegada a una de la paredes una anciana está sentada en una silla de ruedas, con la cabeza tirada hacia atrás y la boca abierta, se ha deslizado un poco del asiento, como si estuviera a punto de caerse y con un pie torcido para adentro, pero nadie parece fijarse en ella. Es una más en esta escenografía de rostros inertes , pálidos, cabellos desprolijos, ropa descolorida.
No hay diferencia entre hombres y mujeres, allí está ausente lo que llamamos ser. Son cuerpos desprovistos de ánima, están en una espera que no es eterna, como un purgatorio con fecha de vencimiento.
Todo el que salga de allí no será cruzando el umbral que lo regrese a la vida, será un viaje sin retorno.
-¡Se lo llevó la familia para cuidarlo en su casa!- mentirán las mucamas, tratando de justificar su ausencia ante los demás, como si a alguien le importara.
Se puede pensar en la muerte cuando se está viviendo, pero ninguno de los que está en este salón se encuentra en esa situación. Simplemente esperan. Esperan pero sin desesperar, esperan sin saber qué , esperan, simplemente esperan.
No hay amor, no hay fantasía, no hay proyectos, no hay recuerdos, solo retazos de ellos, que emergen cada tanto y hacen que una lágrima se derrame sobre una mejilla, como testimoniando que en ese cuerpo alguna vez existieron.
Lo peor son las noches, cuando el que tiene la mala suerte de dormirse, está expuesto a que un sueño intruso le haga recrear algún trozo fragmentado de su pasado y le produzca la ilusión de ser otra vez una persona.
II

Quien pase por la vereda del geriátrico podrá mirar distraídamente para adentro, por la ventana que siempre está abierta y encontrarse cualquier día, a cualquier hora, con el mismo cuadro y si piensa en lo que vio, bajará la cabeza rápidamente y se irá con una carga de angustia, que lo habrá golpeado como una piedra que no se sabe de donde vino.
Por eso la mayoría prefiere no mirar, no enterase, no reflexionar. A la muerte se la niega.

III
Por fuera de la ventana pasa la vida, por dentro ya pasó.
Sin embargo en el adentro hay alguien que resiste, se niega a ver ese cuadro fantasmagórico, le da la espalda y pasa las horas del día mirando por la ventana al exterior, a veces con las cortinas corridas y a veces a través de la transparencia de éstas.
Es la única persona que tiene voz, es la única que conserva todavía algún brillo en sus ojos.
No es tan vieja aún ni hace tanto tiempo que está.
Esta persona, que mantiene en sus mejillas cierto rubor y sus ropas conservan muestras de prolijidad, se mueve en una silla de ruedas que maneja con una sola mano, la única que se mantiene activa.
El ACV que hace dos años la dejó hemipléjica cercenó también su vida.
Mira, recuerda, piensa, siente.
Mira por la ventana todo lo que se mueve. Recuerda cuando estaba del lado de afuera. Piensa como llegó allí. Siente angustia, dolor, abandono.

IV

- Ahí va, ahí va, esa putita de minifalda. ¿Cuántos años tendrá? ¿Veinte?, ¿Veintidos?. Por lo menos es al tercer coche al que la veo subir, siempre alegre, siempre pintarrajeada, siempre con tipos distintos. ¡Pero qué fuerte que está!. Hoy con esa remerita blanca, bien ajustada, que permite calcular la dimensión de sus tetas. ¡Ay Dios mío! Si la agarro yo la parto al medio. Pero dejate de joder, que voy a agarrar si no me puedo ni levantar, si intentara levantarme me caigo para un costado. La única manera que la puedo partir al medio es llevándomela puesta con la silla de ruedas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
¿Y Roxana? Esa sí que me jodió. ¡Hija de remilputa!. Con el pretexto de que no me podía atender todo el día me depositó acá. Hasta que te recuperes me dijo, antes venía todos los días, cuando estés un poco mejor te llevo de nuevo a casa mi amor, me dijo y ya ni siquiera viene a visitarme. Eso sí paga puntualmente el geriátrico la malparida, se asegura de tenerme en una cárcel para poder hacer su vida.
Hasta mi familia me decía que no era para mí, que había mucha diferencia de edad, que en cualquier momento me iba a dejar como un trapo viejo, que lo único que le interesaba era que yo la mantuviera. Y eso siempre fue para mí como una espada de Damocles sobre mi cabeza. Siempre el miedo estuvo. Que alguien más joven se cruzara en su camino y me abandonara era una posibilidad muy cierta. Lo que nunca pensé es que iba a ser así, de esta manera tan cruel.
Yo sabía o adivinaba muchas veces de sus aventuras, de sus infidelidades, pero no me importaba, prefería hacer que no me daba cuenta con tal de no perderla, con tal de sentir una vez más su cuerpo joven desnudo, junto al mío.
Ahí va..., ahí va la parejita de enamorados de la otra cuadra. La viene a buscar todos los jueves y todos los sábados, que cómico, que antigüedad, pero se los ve felices, siempre agarraditos del brazo, siempre conversando, siempre riendo. Ella tiene pinta de santulona y ¿él de que tiene pinta? ¿de operario?, sí, sí de operario de una metalúrgica, que plato, la santulona y el operario. Yo me pregunto: ¿cogerán? ¿sabrán lo que es un telo? ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji¡ Qué cosas se me ocurren, ya no es como antes, ahora cualquier mocosa te encara y te da vuelta.
A veces me dan ganas de romper este vidrio de la ventana de un cabezazo y rajarme, aunque sea arrastrándome y a veces me dan ganas de romperlo y clavármelo en las muñecas.
No quiero pensar, no quiero pensar, cuando me pongo así me largo a lloriquear y parezco uno de esos viejos de mierda que tengo a mis espaldas, que se babean todo el tiempo.
¿Y Roxana? ¿Qué estará haciendo Roxana?, Roxi como la llamaba yo. ¿Estará con alguien en nuestra cama? ¿Estará disfrutando de mi música?, en mi casa, porque es mi casa y esa turra ya se la adueñó.
Tan linda la fuimos poniendo, de a poco, aunque ella no tenía buen gusto y me tocaba a mi decidirme por los detalles. ¿Todo para qué? Para que esta turra se la adueñara, como el autito que también era mío. Hay que ser muy pero muy hija de puta.

V
¡Ahí!, ahí en la esquina esta el botón, pero no es no, no es el mimo de siempre. ¿No es una mina? Sí una mina botón. Ahí se acerca, ahí se acerca para este lado, a ver, a ver. Bastante alta y tiene el pelo rubio con una colita, aunque es medio morochita, una morochita teñida. Pero qué bien se mueve, con sus manitos cruzadas en la espalda y caminando como si fuera pateando algo.
¿Qué habrá debajo de ese uniforme rústico? ¿De esos pantalones azules grotescos metidos dentro de los borceguíes?. Y sin embargo parece tener buen cuerpo, es bastante alta.
Cuanto pagaría yo para ir desvistiéndola de a poquito, ir sacándole todo ese correaje, sacarle la gorra y soltarle el pelo, quitarle el chaleco, ir levantándole la remera hasta ver el corpiñito y darme cuenta que realmente es una mujer. Me arrodillaría para desprenderle el pantalón, ¿qué tendrá? Una tanguita metida en el culo?. Le besaría de a poquito las piernas mientras le saco la bombachita. Después me alejaría un poco para mirar ese cuerpo de mujer, suave, cálido, sus redondeces, ese cuerpo de mujer sublime que surgió de aquel otro atávico, rústico, de hombre.
Me caliento, me caliento mucho, tengo que esperar hasta la noche, tengo que esperar hasta la noche, para poder satisfacerme. ¡En que me he convertido Dios mío! Siendo una persona plena no tendría que sufrir este tormento.
Si por lo menos pudiera caminar, aunque sea con un bastón, otra cosa sería, me las podría arreglar sin la ayuda de nadie. Pero no, no puedo pararme, no puedo mantener el equilibrio, es imposible, me voy para un costado.
VI
Ya deben ser cerca de las seis, en un rato nos llaman para comer, ¿qué nos tocará hoy? ¿Otra vez un albondigón de carne con puré? Eso sí sin el infaltable plato de sopa previo, ni el asqueroso jugo aguado. ¿Y de postre? De postre ¡gelatina!
Por Dios como extraño el vino en las comidas, esas pizzas de “Las Cuartetas”, un lomo al champignon. ¡Un buen vaso de ron! Eso sí, a la orilla del mar, como esa vez que nos fuimos a Brasil con Roxi y dibujábamos a la noche corazoncitos en la arena con el dedo gordo del pie, yo la sostenía fuerte del hombro y ella se reía, se reía, un poco tal vez embriagada por los tragos que tomábamos en ese barcito, allí pegadito a la playa. Y esa noche hicimos el amor ahí en la arena, no cogimos, hicimos realmente el amor. Nunca fui tan feliz como esa noche. Y ahora mira vos a la hija de puta. ¡Hija de puta! ¡Lo qué me hizo!
Hoy voy a necesitar una botella entera de whisky, de cognac, ron o lo que sea que contenga alcohol para poder dormirme.
Espero que la negrita que viene en el turno de la noche se haya acordado de traerme la petaca que le pedí, la otra ya hace dos días que se me terminó.

VII
¡Me hice pis! ¡Otra vez me hice pis en la cama! Y la negra esta qué va a venir a cambiarme el pañal, voy a tener que aguantarme hasta que la escuche por el pasillo y pegarle un grito.
Escucho ruidos…., seguro que es la negra…., le voy a gritar. Pero no..., no es, parece más de una persona y ruidos como de ruedas, hablan en voz baja entre ellos, si son ruedas, claro rueda de una camilla son. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! A otro que “lo vino a buscar la familia” seguro. Que descanse en paz, por lo menos no va a tener que sufrir más este tormento.
Por fin la negra se dignó a cambiarme el pañal, pero como se enojó cuando le metí la mano por abajo del guardapolvo y alcancé a tocarle las piernas. ¡Qué puteada que me rajó! ¡Ma’ sí que se joda! Salió corriendo y a las puteadas como si nunca le hubiera pasado. Vamos... bien que por unos mangos se encarga de acariciarte ella. La muy boluda salió rajando indignada y se olvidó todo. Hasta el pañal meado dejó en el piso. ¿Y ahí en la mesita de luz qué dejó? A ver, a ver, parece cinta adhesiva, una jarra y un vaso con agua ¿y qué más? Hay un caja con pastillas. Seguro que son las que nos dan para dormir.
VIII
Al otro día el geriátrico amaneció convulsionado, los viejos como siempre estaban en su lugar, pero las mucamas nerviosas se movían de un lado a otro y desatendían a los internados. Un par de hombres vestidos con ambos celestes entraron portando una camilla y se dirigieron directamente a una habitación. Apareció además uno de los dueños del lugar que pocas veces se lo veía por allí, también con cara de preocupado.
Habían encontrado muerta de manera extraña a una persona internada , con una petaca en la mano y una caja de sedantes vacía sobre la cama.
No se hizo denuncia a pesar que bien podría haber sido un accidente o un suicido.
Pero el sólo hecho de que entrara la policía al geriátrico no hubiera sido de buena reputación para el mismo, a más de que si comenzaran a investigar probablemente se hubieran encontrado con una habilitación de dudosa legalidad.
El médico, que no era otro que uno de los socios del lugar, certificó: muerte por paro cardio-respiratorio.
Las personas que vinieron a hacerse cargo de retirar el cadáver se identificaron como Roxana Martínez, pareja y concubina de María del Carmen Fuentes, la fallecida. La acompañaba una rubiecita delgada, pálida y tímida que se supone era su nueva pareja.

FIN

Texto agregado el 28-10-2021, y leído por 53 visitantes. (0 votos)


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