Hola, estoy en proceso de publicación de un libro de cuentos, me harías un inmenso favor que si encuentras algún error o si tienes algún comentario, me lo hagas saber, desde ya muchas gracias : )
Con el alimento en la boca
Llevábamos meses recorriendo ciudades y pueblos, por la costa y los valles, de norte a sur como vagabundos errantes sin destino aparente. El espectáculo, alicaído como planta sin agua, necesitaba con urgencia nuevos aires, los que despejarían las nubes de incertidumbre causadas por el escaso dinero recaudado en las últimas funciones, el que se invirtió casi por completo en la compra del petróleo necesario para movernos al próximo destino, donde debíamos besar la gloría o bien, la muerte nos ahogaría en un mar de pifias.
—…y así las deudas cavarán la tumba de este pobre circo, y los acreedores cubrirán el cadáver con papeles y mamotretos —nos terminó de explicar con pesimismo seco y gastado nuestro compañero cuando nos fue a charlar en solitario horas antes que nos marchásemos de aquel lugar.
Al llegar al nuevo pueblo, el jefe desembarcó tal como lo haría un navegante al descubrir nuevas tierras. Su cara llena de satisfacción no se condecía con la realidad, y es que el viejo había maquinado un plan maestro para salvarnos del estanco. Este consistía en renovar totalmente los actos, para lo cual escogió los mas difíciles y extremos de cada disciplina dándonos solo una semana para ensayarlos.
Al séptimo día, mi hermano y yo estábamos rendidos; la escasez de alimento y la presión por lograr a la perfección la rutina encomendada nos tenía al borde del colapso. Nuestro malestar no pasaba inadvertido, todos lo notaban y especulaban al respecto.
—El acto es demasiado peligroso, apenas hemos comido, cualquier tarado se daría cuenta —argumentó nuestro compañero horas antes del estreno, mas el jefe, cegado por lograr el éxito, lo ignoró y le advirtió:
—Te puedes ir cuando quieras y si lo haces, yo mismo tomaré tu puesto —a lo que nuestro compañero respondió con un silencio, y después de despedirse cálidamente de mi hermano y de mi, alejó su triste figura del campamento.
—¡Los cobardes no tienen cabida en este circo, sin cojones no hay éxito! —rugió aguda y estrepitosamente el jefe, lo que fue replicado con miradas poco esperanzadoras del elenco. Sin embargo, nadie se atrevió a pronunciar la más mínima advertencia.
Al caer la tarde comenzó el show. El plan del jefe estaba dando resultados y el público aplaudía con deleite el desarrollo de cada rutina. Lugo de que los malabaristas salieran vitoreados al concluir, no sin dificultades, su complicada y casi extravagante presentación, llegó nuestro turno. El jefe nos espera triunfal en el centro del ruedo sin percatarse de que, vestido con el traje de nuestro otrora compañero, parecía una prieta rechoncha sudada en grasa.
El presentador en tanto, micrófono en mano pronunciaba rimbombante nuestros nombres, mientras el público nervioso hacia sonar sus palmas, lo que en otro momento habría disfrutado y agradecido, pero con el estómago vacío el desdén me lo impidió.
—Solo un pedazo de carne tierna en mi boca aplacaría mi mal humor —pensé lacónico mientras observaba en el publico a una pareja que celebraba mi acicalada piel a rayas.
Comenzamos nuestra rutina y a medida que agregábamos más tensión y complejidad, los nervios del jefe comenzaron a aflorar. Notoriamente abrumado, nos gritaba órdenes con insegura prepotencia, alargando las palabras, haciendo pausas eternas, moviéndose errática y bruscamente, mirándonos de reojo, con desconfianza, olvidando por cierto, que esta es alimento para la ira.
Una vez llegado el momento culminante de nuestro show, el presentador pidió absoluto silencio para permitir que se realizase, según dijo con voz fuerte y ronca:
—Un acto nunca antes visto en la región y que requiere de la máxima concentración y arrojo —a lo que el público obedeció de inmediato, no sin antes exclamar de emoción.
Yo ya estaba frente al jefe, quién después de arremangarse las mangas se frotó su sien intentado despejar el sudor que le impedía mantener su mirada fija en mis ojos. De pronto, emitió una especie de alarido que rompió el silencio que se había logrado imponer en la carpa, a lo que respondí con furia incontrolable y desmedida: era la señal….
…inspiró y con toda decisión, dio un tranco directo hacia mi, abrió mi quijada introduciendo con sorprendente agilidad su gorda cabeza en mi boca, y yo, siguiendo un instinto ancestral, la cerré con todas mis fuerzas para evitar así su fuga, y comencé a engullir todo lo que pude antes de que mi hermano, que ya se había abalanzado, me quitase con sus garras la porción que le correspondía.
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