Martín revisó sus gastos cotidianos y se dio cuenta que su economía marchaba mal, que el dinero que tenía solo alcanzaba para unos pocos días más. Tenía ya dos meses que por causa de la maldita pandemia, la empresa en la que laboraba hizo recorte de personal y a él le tocó ser uno de los despedidos. Había buscado trabajo con ahínco, pero casi en todos lados le dijeron que ellos lo llamaban. Era un excelente tornero; sin embargo, la suerte no le sonreía con las chambas. Poseía un perro pastor alemán que tragaba como niño de hospicio, y el costo de las croquetas quemaba como lumbre. De seguir así, en muy poco tiempo tanto el perro como él, pasarían hambre. Se hallaba un tanto desesperado por la situación, buscaría un trabajo de lo que fuera, con tal de tener lo suficiente para alimentar a Speaker y a él. Para acabarla de fregar, las croquetas de Speaker estaban por agotarse, tendría que comprar una dotación nueva.
Speaker ya sabía la hora aproximada de la comida, así que cuando llegó el momento, se plantó erguido y muy tieso en la entrada de la cocina para exigir su alimento. Martín lo vio y enojado consigo mismo por su precaria situación económica le gritó:
-¿Por qué tengo que darte de comer y gastar en croquetas el poco dinero que nos queda?
Speaker sin inmutarse, le respondió:
-Porque soy tu amigo, Martín, y a los amigos se les da de comer.
-Está bien – murmuró.- Tú ganas.
Más tarde a Speaker le entró la sed. Se le quedó mirando a Martín y le dijo:
-Sírveme un poco de agua, ¿sí?, con este calor me estoy muriendo por unos cuantos tragos.
-¿También eso?
-Claro, recuerda que soy tu amigo.
De mala gana, Martín le sirvió el agua.
Pero Speaker era inflexible, necesitaba correr, desfogarse, gastar energía; así que pidió de nuevo:
-Martín, llévame a pasear al parque. Quiero ver a algunos de mis amigos.
-Te pasas, Speaker, estoy cansado y no tengo ningunas ganas de llevarte hasta el parque.
-Compláceme, ¿acaso no soy tu amigo?
Caía la tarde, no faltaba mucho en oscurecer. Martín le puso a Speaker la correa, cargó el recipiente especial en el que le llevaba agua y un par de bolsitas limpias, por si acaso al perro se le ocurría hacer sus necesidades.
Llegando al parque, Martín le quitó la correa a Speaker y éste comenzó a corretear por todos lados, con otros perros que también andaban por ahí. El pastor alemán se notaba alegre, relajado, juguetón. Tan embebido estaba Martín viendo a Speaker, sumido en sus pensamientos por la mala situación económica que atravesaba, que no se dio cuenta de dos hombres que se le acercaban por la espalda, hasta que uno de ellos le puso una navaja en las costillas y lo amenazó.
-¡Cáile con todo lo que traes en tus bolsas, dinero, celular, reloj, todo lo que tengas! Hazlo muy despacio y sin trampas o te enfierro.
Martín se quedó muy quieto mientras sentía el arma recargada sobre su cuerpo, estaba sorprendido, asustado al mismo tiempo. Lo empezó a invadir el miedo y procesó con mucha lentitud la orden. Sacaba su cartera, pero no logró hacer mucho más. Apenas si se percató de lo que pasó enseguida. Como un relámpago Speaker estaba ahí, mordiendo con fiereza la mano que portaba el arma, lo cual obligó al ladrón a soltarla; parecía un rayo, porque ya estaba sobre la pierna del otro hombre, mordiendo, desgarrando. No cejó en su empeño y arremetió de nuevo sobre el hombre que había tenido el arma, mordiéndole también una pierna. Speaker era un vendaval, un torbellino irrefrenable. Los ladrones al ver la determinación del perro, huyeron sin acordarse siquiera de la navaja.
Todavía en shock, Martín se le quedó viendo a Speaker sin lograr asimilar del todo lo que acaba de suceder.
-Recoge la navaja, Martín y vámonos a casa -, ladró Speaker.
-Me salvaste de esos rufianes, Speaker. ¿Por qué me ayudaste?
-Porque somos amigos, Martín.
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