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Es un programa de televisión con poca sintonía, pero esta vez, señala el anticipo, tiene grandes invitados. En el set hay sillones dispuestos en círculo y Pepe Lozano, el animador, dirigirá la conversación. El tema a tratar es la influencia de las redes sociales en la música. Todavía no hay mucha luz en la sala, pero la suficiente para ver que la decoración es austera. Los invitados son un famoso grupo musical y un sociólogo experto en comunicaciones. Primero entra el grupo musical. Un conjunto de cinco mocetones de entre 15 y 20 años, vestidos con camisetas anchas y pantalones ajustados o buzos de colores fluorescentes, que hacen música bailable mezcla de ritmos salseros con reguetón. Cada uno se ubica en su sillón y espera. El sociólogo, de mediana edad y con impecable terno gris, está en la puerta mirando lo que ocurre dentro del set, sin decidirse a entrar. Los jóvenes, al poco tiempo de haberse sentado, empiezan a conversar y reír animadamente. Cantan, aplauden, bailan y bromean armando un parloteo y agitación constantes. En el grupo hay un flaco que es el más inquieto de todos. Se sube a los sillones y salta sobre los hombros de sus compañeros, que lo rechazan y lo arrojan a piso. Al parecer son bromas a las que están acostumbrados, pues ciertos brincos y manotazos se eluden oportunamente. Sin embargo, también hay golpes imprevistos que no son bloqueados y dan de lleno en los rostros o en las orejas. Pepe Lozano celebra todas las “gracias” que hace el grupo. Está deslumbrado y agradecido por la alegría que hay en el set. Aplaude cuando los otros cantan, y, cuando bailan, él trata de seguir el ritmo con movimientos corporales extraños. El sociólogo comprende muy bien que su entrada va a interrumpir todo este jolgorio, y que los que lo disfrutan se van a enojar, pero no tiene alternativa. El programa no empezará sin él y, si no entra, no podrá cobrar el cheque. Mientras avanza por el centro de la sala los jóvenes se calman un poco y se ubican en sus sillones y lo miran con curiosidad. Lo mismo hace Pepe, que le da la bienvenida con desgano. El sociólogo se sienta y ve con inquietud que el flaco juguetón se ubica en el sillón contiguo al suyo. Tienen que esperar que el director dé el aviso para empezar. Mientras Lozano revisa sus tarjetas, el flaco da un brinco y se pone en cuclillas en su sillón. Luego gira la cabeza hacia el sociólogo, lo mira atentamente y sonríe. Todo esto mientras los demás ya han empezado otra vez a gritarse bromas y a moverse en sus asientos. El sociólogo trata de no mirarlo porque sabe que si le pone atención, el flaco va a hacer alguna cosa extraña. Pero no aguanta y lo mira, entonces el otro da un salto y pone ambos pies en el brazo de su sillón, y, para no caer, se estira y lo agarra del cuello con fuerza. Todos celebran la hazaña, y aplauden y se ríen estrepitosamente. Uno que estaba dos sillones más allá se para raudo, viene a darle un palmetazo en las nalgas al flaco y se vuelve a sentar casi ahogado de la risa. Más aplausos inundan el set. Otro, que estaba más cerca, se pone en cuatro patas y ofrece su espalda para amortiguar la posible caída de su compañero, que, en tanto, hace todos los esfuerzos para sacar del sillón al sociólogo, jalándolo hacia sí y sacudiéndolo adelante y atrás. Pero el sociólogo se resiste y lucha por librarse del zamarreo. Mas, cada vez que consigue soltarse de un brazo, el flaco pone el otro, y, así, se mantiene colgando de su cuello. Finalmente el flaco se aburre y se monta en la espalda de su compañero, quien, cargándolo, gatea al centro del círculo e imita los gestos de un animal encabritado. Toda la escena queda guardada en el celular de uno del grupo. En esto se encienden las luces blancas y Pepe Lozano anuncia que la transmisión empezará dentro de un minuto. Los jóvenes vuelven a sus puestos y esperan la señal, todavía risueños. ¡Al aire! se escucha por los parlantes. Lozano da la bienvenida y hace las presentaciones formales. Luego abre el espacio para que empiece la conversación, pero ya ninguno de los jóvenes lo atiende, porque están concentrados en sus teléfonos viendo los videos recién hechos y compartiéndolos con sus fans. Revisan las reproducciones como si las vieran por primera vez, y se apuran en mostrársela al compañero para reirse juntos. Primero se inclinan a la derecha, luego a la izquierda, y después se paran y van a enseñársela al que está más lejos. El sociólogo aprovecha el momento y toma la palabra. Esto que vemos acá, —dice, aún jadeante y arreglándose la ropa—, es el ejemplo máximo de que las redes sociales, como lo predijo Marx, no son más que otra de las estrategias que usa el capitalismo para alienar al ser humano. Entonces uno de los jóvenes levanta la cabeza, lo mira y le pregunta que qué lenguaje estúpido es ese —y agrega—, el único alien aquí eres tú, cabrón feo y sin gracia. Al instante todos se ponen de pie, chillan de gusto y se lanzan encima del que habló, felicitándolo. Pepe Lozano mira al sociólogo, asiente, y se suma a la celebración. Por el altavoz se escuchan risas grabadas.

Texto agregado el 22-10-2021, y leído por 175 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-10-2021 Todos somos marxistas en algún momento. Si mal no recuerdo, en uno de los manuscritos de 1844 está algo de eso que ponés, también dice que el patrón se aliena al mismo tiempo que provoca esa alienación. Me trajiste todo eso. guy
23-10-2021 Un relato genial Jaeltete
23-10-2021 Está muy bueno ese paralelismo que hacés entre el comportamiento humano y el animal -sí, ya sé que el hombre pertenece al reino animal y todo eso-. Es un texto genial. Abrazo. MCavalieri
22-10-2021 Qué cuentazo! Saludos. Narrado con maestría. Saludos. ValentinoHND
22-10-2021 Cuando voy en el metro y miro alrededor, veo a todos los menores de unos cincuenta años, obnubilados con el móvil, me doy cuenta de lo fuera de lugar que estoy. Describes muy bien en tu relato esta realidad, así como una forma de comportarse de algunos rayando la estupidez mental. Pero es lo que hay. Te continuaré leyendo Juanfran
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