- Si me dan a elegir yo prefiero los opiáceos- dijo Jonatán.
- A mí también me gustan, pero enganchan cosa mala- contestó su amigo Adrián.
- Ya sé que son chungos, pero donde se ponga la relajación- siguió el primero.
Y así pasaban las tardes, hablando de drogas en lugar de drogarse. Con efectos parecidos a las de éstas, pues acababan partiéndose de la risa como si se hubieran fumado un porro. Qué curioso: hablar de drogas tenía aquel efecto secundario. Era su tema favorito. Vivían donde se acaba Madrid. Si se sentaban en el banco en que lo hacían, como hay que sentarse, veían masa urbana, edificios, humos, gente frenética; pero si lo hacían con las piernas metidas entre el agujero que deja el respaldo, se abría ante ellos, con su ladera y todo, un paisaje pastoril. El primer agujero del metro paraba a dos kilómetros de allí. Por eso se quedaban aquellas largas tardes de verano mirando el itinerario del sol, puesta la vista hacia el sur; lo que les hubiera creado ilusión absoluta de vivir en el campo, de no ser porque a los ruidos urbanos no se podían sustraer.
- De coca paso. Engancha como el caballo y encima no te deja dormir- continuó Jonatán.
- Llevas razón- prosiguió su amigo.
"Los porros también son chungos"- acababa diciendo Jonatán como colofón.
- Parecen cigarritos de la risa inocentes, pero te acaban horadando el cerebro- concluía Adrián.
De dónde había salido aquella generación con el chip puesto de que el cerebro no necesitaba añadijos de ningún tipo.
- Te quieres creer que nos hemos ahorrado una pasta en drogas con solo haber pasado la tarde aquí- concluía cualquiera de ellos.
Acto seguido se echaban mano al bolsillo de la camisa y sacando la mascarilla se batían en retirada, mientras se la colocaban, a sus aposentos nocturnales.
- Qué hijos más raros tenemos- le decía la madre de Jonatán a la de Adrián.
- Sí, a mí también me escama que no vengan con los ojos enrojecidos como todo hijo de vecino de por aquí- decía la señora Rosa (madre del segundo).
Y es que, ya digo, en aquella promoción empezaba a despuntar una generación espontánea de lucidez sin parangón.
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