Otro texto muy antiguo.
Cuando ignoras ciertos detalles, es difícil aceptar la verdad de los hechos; piensas que quien te los revela está mintiendo o que tiene alguna razón especial para engañarte. Aún ante las evidencias que te muestran, no lo crees, no quieres creerlo. Luego de ese lapso de incredulidad, poco a poco razonas, comienzas a darte cuenta de que todo encaja, que todo toma su lugar y se vuelve transparente, aunque te duela, la verdad es la verdad y tienes que aceptarla.
Desperté sobresaltado, abrí los ojos, pero no vi nada. Era de madrugada, la oscuridad invadía mi habitación. El sudor mojaba mi cuerpo y cierta angustia indefinida me oprimía el corazón. En ese momento, me asaltó el recuerdo de Lorena y la imperiosa necesidad de llamarla por teléfono o verla enseguida. A tientas busqué el móvil, le marqué. No contestó. Llamé nuevamente y cuando ya desesperaba por no recibir respuesta, escuché su voz, muy baja, tímida, como si no quisiera contestar.
- Soy yo- dije-, Marcos.
No respondió.
-¿Me escuchas?...
-¿Qué quieres?... Es de madrugada.
-Necesito verte. Hablar contigo.
-Ya te dije que no tenemos nada de qué hablar. No quiero verte... por favor.
-No me digas eso. No alcanzo a comprender plenamente el por qué de tu rechazo. Voy para tu casa, para que platiquemos.
-¡No!- casi gritó-, no vengas.
-En diez minutos estoy ahí.
Llevaba ya la ropa puesta, las llaves del auto estaban en un bolsillo de mis pantalones. ¡Uf, qué olor! Mis pantalones apestaban como a lodo podrido. A la primera oportunidad tenía que cambiármelos.
Una hermosa luna llena colgaba del cielo y su luz nacarada bañaba la calle solitaria. Mi calle. La tarde anterior había llovido y aún aparecían charcos brillantes en la calzada. El clima era cálido y un tanto húmedo, el cielo estaba completamente despejado. Al llegar hasta el viejo mustang rojo, me llevé una verdadera sorpresa, el auto presentaba golpes por todas partes, como si alguien se hubiera ensañado pegándole metódicamente, no quedaba un lugar sano en la carrocería. Sorprendido por el estado de mi coche, di varias vueltas a su alrededor, pero sin entender cómo era que se encontraba en esas condiciones.
Arrancó perfectamente, todo le funcionaba. A excepción de lo golpes, todo parecía estar en orden. ¡Cuánto polvo y cuánta tierra tenían los asientos!, ¿pues desde cuándo no lavaba yo este coche?... Me urgía ver a Lorena, besarla, tenerla cerca para admirar sus bellos ojos negros. Era un sentimiento perturbador el que me embargaba, un desasosiego intenso. Me puse en camino, ya después averiguaría qué había pasado con el auto.
Conduje con rapidez; mientras lo hacía, reflexioné sobre mi relación con Lorena. Teníamos poco más de dos años de novios. Ella acababa de cumplir veinticuatro años, uno menos que yo y estaba por terminar la carrera de Licenciatura en Comunicaciones. Me la había presentado mi prima Teresa en su fiesta de cumpleaños; cuando bailamos por primera vez y la tomé entre mis brazos, supe que era la chica de mis sueños. Chirriaron las llantas, cuando detuve el auto frente a su casa. Ella se encontraba parada fuera de su puerta, llevaba el pelo suelto y vestía toda de negro. La claridad lunar iluminaba con nitidez su rostro, se le miraba pálida, muy seria; aún así, estaba bellísima.
- Hola- dije, y traté de besarla en la mejilla. Ella se apartó bruscamente hacia atrás.
- ¿A qué has venido?- dijo casi en un murmullo.
- Necesitaba verte, hablar contigo, estar cerca de ti.
- A mi también me da gusto verte; pero ya no puedo más. Mis nervios están al límite y por momentos siento que pierdo el control. Que en cualquier momento voy a traspasar la línea que me mantiene cuerda y acabaré completamente loca.
- ¿Por qué ya no quieres verme? Decías estar enamorada de mí.
Lorena no respondió y comenzó a llorar quedito; yo miraba correr sus lágrimas y no atinaba a comprender su actitud, su casi mudo dolor.
- Te amo, Lorena. No entiendo tu rechazo ni tu actitud tan fría y lejana. ¿Te has enamorado de otro?
Negó con la cabeza y siguió llorando. Así permaneció mucho rato, callada, pensativa, lejana.
- No sé que hice para que dejaras de quererme; pero tienes que ser sincera conmigo, creo que merezco cuando menos que me digas la verdad, ¿no crees?
- No has hecho nada. Te sigo amando tanto o más que el primer día; pero voy a terminar loca si permito que sigamos con esta relación. Ya es imposible. No eres tú, soy yo el problema.
- Si de veras me amas, por favor, no te quedes callada y dime por qué lo nuestro es imposible. Tampoco puedo más, porque no entiendo nada, ni tu actitud ni tu rechazo ni tus decisiones.
Pareció no escucharme. Siguió con su silencio empecinado y meditativo. Tenía unas ganas inmensas de abrazarla, de consolarla, de darle un beso en los labios. No me atreví por temor a desatar su ira. Decidí marcharme. De nada me había servido tanta ansia, tanta premura por estar a su lado, tanto amor contenido. Le di la espalda para irme.
- No te vayas todavía- dijo muy quedo-. Te voy a confesar la verdad, porque creo que mereces una explicación. Lo voy a hacer una sola vez, así que pon mucha atención. Después de dártela, no quiero volver a verte nunca. Y ni se te ocurra buscarme, porque no me vas a encontrar. No sé qué vayas a hacer, a dónde te dirijas, cómo te las vayas a arreglar, sólo aléjate de mí para siempre, ¿quieres?...
Me dolían sus palabras. Me dolía mirarla. Lorena estaba temblando y parecía tener mucho miedo, miedo de mí.
- Intentaré ser lo más clara posible. Hace como dos meses, cuando venías en tu auto a verme, cerca de aquí, un niño se te atravesó imprudentemente buscando una pelota; quisiste librarlo, pero fue tan violento el viraje que diste, que terminaste volcándote. No traías el cinturón de seguridad puesto, saliste volando del coche para estrellarte contra el pavimento; quedaste ahí nomás, como un muñeco roto. Alguien llamó de inmediato a una ambulancia, te llevaron sin sentido al hospital. Escucha bien ahora lo que voy a decirte: moriste sin haber recuperado la conciencia. Creí que me moría yo también cuando me lo dijeron, cuando te vi ahí en la cama, inmóvil, desecho, muerto. Te velamos aquí, en la sala de mi casa y te llevamos a enterrar en el cementerio de San Carlos. Ahí, te lloré todas las lágrimas que me quedaban hasta encontrarme seca. Durante casi una semana no supe de mí, a duras penas probé algún bocado, fue el cariño y la voluntad de mi madre los que no permitieron que muriera también. Hace tres días me llamaste por teléfono, cuando vi el número de tu móvil supuse que alguien más llamaba de él, que quizás durante el accidente se te había caído y ese alguien lo había encontrado y quería devolverlo. No estaba preparada para oír tu voz, para escucharte decir mi nombre y menos para complacer tu afán de venir a verme. Estas tres noches que has venido, han sido una horrible pesadilla, no alcanzo a comprender cómo es posible esto. No sé si estoy completamente loca. No es posible que esté ahora hablando aquí contigo. Tú estás muerto, Marcos. Juro que eras tú al que enterramos. Me estoy muriendo de miedo. Sé que te sigo amando, pero no te quiero a mi lado. No así. No como un fantasma.
- No es cierto lo que estás diciendo, ¿verdad? Soy yo, mírame, tócame, estoy vivo.
Con el rostro bañado en lágrimas, Lorena extendió una mano para tocarme; ésta, atravesó limpiamente mi cuerpo sin encontrar obstáculo alguno.
La comprensión terrible de en qué me había convertido, me dejó paralizado. No había error posible, yo estaba muerto, bien muerto y transformado en un estúpido fantasma enamorado, que ni siquiera se había enterado de ello.
Lorena, sin decir más nada, entró en su casa. Yo... desde entonces, no sé ya cuánto tiempo llevo vagando por ahí, días, meses... Amo a Lorena y no debo acercarme a ella; tampoco sé como terminar con esta pesadilla que no me permite encontrar la paz. ¿Qué hace un fantasma, en qué se entretiene? ¿Estaré condenado a “vivir” así por toda la eternidad?... Dios, apiádate de mi alma...
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