Nos contaban historias de la luna, de viejos rituales que se hacían en nombre de ella, de cataclismos que podía predecir cuando la sombra la cubría y de su feminidad. Cuando fui niño la miraba con asombro, la sentía lejana y de encuentro improbable, hasta que vi por televisión como personas lograron conquistarla y me sentí omnipotente. Amarraba cartones en forma de alerones a mi bicicleta y ya tenia mi nave, me envolvía en bolsas plásticas y ya tenía mi traje espacial, emprendía mi viaje en el patio de mi casa. Al terminar mi travesía, me sentaba en mi cama y la dibujaba todas las noches, la pintaba con mis lápices pastel.

Una noche desapareció, los noticiarios daban el fin de la luna. Miles de expertos daban sus hipótesis, otros menos expertos hablaban de conspiraciones y el Papa del fin de los tiempos. Se realizaron conciertos de despedida, se marcó feriado en el calendario y la reprogramación de todos los eventos mundiales. Colocaron una luna artificial en el cielo, con el pasar del tiempo las personas lo olvidaron y continuaron con sus vidas.

Durante mi paso por la universidad, milité en las juventudes lunares, nuestro objetivo era derrocar por vía armada la existencia del satélite artificial. La estrategia era difícil, pero después de mucho esfuerzo y compañeros caídos, logramos nuestro cometido, el satélite artificial explotó, causó fuegos artificiales que duraron días, luego de eso, la oscuridad volvió.

Cada noche miro al cielo, solo veo estrellas y constelaciones. Les cuento a mis hijos las historias de los viejos rituales, de cataclismos y de su feminidad. Solo me quedan los dibujos de un infante y los alerones viejos de una nave espacial.

W685