Me gustan tus labios, le dije con temor.
Y ella me preguntó:
-¿Por qué mis labios y no mis ojos?
-En tus ojos me puedo ver, pero en tus labios podría saborear la dulzura de tu alma, eso me embriagaría, le respondí.
Ella era toda ternura pero sabía defenderse de todo aquel que intentara hacerle daño. Loco aquel que llegase a ofenderla con el pensamiento y agredirla con las manos, solo bastaba verla para sentirla en el alma.
Un día, con mucha seguridad me dijo:
-No te confíes tanto, pues así como me ves, tan frágil, tan delicada, también soy capaz de matar.
-¿A quién?, le pregunté:
-Al que quiera robar mis ojos y probar mis labios - me dijo.
Ella no sabía que yo quería probar sus labios y quedarme en sus ojos, como quien queda mirando cielos azules y mares infinitos con la intención de prolongar el instante la miré a sus ojos, luego le dije:
-Yo quiero probar tus labios, pues ya los he probado en mi imaginación.
Me miro como una mujer deseosa que se aprestaba a recibir el primer beso, luego me dijo:
-Bésame, si eres capaz prueba la dulzura que emana de mi alma, si no sientes mi dulzura sigue besándome en tu imaginación, luego me dices dónde me sientes más dulce.
Me acerqué y la besé, era más dulce que mi imaginación, más dulce que los versos de amor que le escribo todos los días, más cálida que el sol. Sólo atiné a decirle:
-Me sabes a maná y fruta madura
Desde ese día endulza mis labios y yo los suyos, como hay correspondencia mutua decidió quedarse en mi piel y corazón para hacer más grande y dulce mi imaginación.
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