Hay una pena
que me acompaña.
Una tristeza desencajada
que se clava ajena
en mi alma.
Un dolor por el dolor,
sin intención,
sin acciones que lo provoquen,
sin premeditación.


Una pena que comienza
su danza como tinta negra
en el agua cristalina.
Buscando camino
haciendo destino.
Desde la torpe palabra
que mata sueños,
hasta la carcajada
que ahoga el empeño.


Un dolor, que a pesar
de todo, bebo gustoso.
Un dolor que enciende
el corazón
y se queda dormido.
Una atención que se
pierde entre distracciones.
Una mirada que traspasa
y destruye ilusiones.
Un dolor que brota
de una mirada perdida.


Un dolor que duele
en un abrir
y cerrar de ojos.
Un dolor que duele
hasta cuando sonrío.
Un dolor que atrapa
los versos sombríos
y me mantiene despierto.
Un dolor ajeno
que no es mío.


Dolores
que se cuelgan al cuello,
apagando de la mañana
el brillo lustroso,
como fantasmas perdidos
de un pasado atormentado,
¡gimiendo! ¡gimiendo!
por un presente hermoso.
Un sonido de cadenas
en la pesadez del andar
de las almas en pena.


Dolores
que alargan el sufrimiento
como sombras de otoño,
enfriando el pensamiento
con apretado moño.
Dolores de otros
que sueñan conmigo.
Dolores de otros
que esperan abrigo.


Dolores de otros
¡Por lo que no hiciste!
Dolores de otros
¡Por lo que hiciste!
Dolores que torturan,
que se arrastran
como tarros ruidosos
atados a tus pasos.


¡Ay! Lo lamento.
Cuanto dolor tengo
que no es mío.
Se desprende de otros
buscando el alivio.
Se acuesta en mi ilusión
cómodamente tendido,
cierra sus tristes ojos
esperando
quedarse dormido.


Una felicidad diluida
en la deforme respiración
que se queda sin aliento.
La última nota parida
de una canción
que aguanta el silencio.
Un verso, una palabra,
que no es capaz
de expresar lo que siento.
Lo lamento.
Es este el dolor
que por otros siento.