Cuando me mudé a los suburbios encontré tres perritos abandonados y los adopté.
Eran perros callejeros, de apenas un mes o algo más.
Como soy fanático de Lovecraft, los bauticé Cthulu, Yaghot y Azaroth, los dioses míticos del horror cósmico que según la saga iniciada por el escritor norteamericano esperan en las profundidades para reclamar el mundo que les pertenece… y bautizarlos así me pareció un chiste literario.
Crecieron y fueron ganando libertades en la casa y el patio.
Eventualmente se escapaban de casa, pero no iban lejos.
Los otros días desaparecieron un buen rato.
Era un día soleado, debían estar explorando el barrio, tal vez una perra en celo...
Como se demoraron, cerca del mediodía salí a buscarlos.
Así anduve por el barrio al grito de "¡Cthulu, Yaghot, Azaroth!", una vez.
Dos veces.
Cada vez más fuerte para que me escucharan.
Y en el cielo empezaron a aparecer extrañas nubes grises.
Y yo a los gritos. "¡Cthulu, Yaghot, Azaroth!"
Diez veces.
Y un viento hediondo comenzó a soplar helándome la sangre.
Preocupado por mis perros, grité más fuerte. "¡Cthulu, Yaghot, Azaroth!".
Y el día se hizo oscuridad y en el cielo comenzaron a tronar las nubes de manera espantosa, trazando en sus rayos sombras infernales que podrían llevar a cualquier mortal a la locura si se detuviera a mirarlas…
En eso llegaron los tres, dando vuelta por la esquina, corriendo como endemoniados, y volvimos a casa.
Desde entonces los llamo Pupi, Colita y Bombón.
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