Anoche me dormí poco después de las dos de la mañana, así que hoy que sonó el despertador a las 6: 30 a.m. para levantarme e ir a trabajar, lo pensé mucho antes de hacerlo. Me senté al borde de la cama, pero los ojos se me cerraban de sueño; así que decidí que mi sustituto haría las cosas por mí este día, mientras yo me quedaba en la cama para descansar un rato más. Sin pensarlo más, le dije: “hoy te toca ser yo. Ya sabes todo lo que tengo que hacer”. Obedeció sin chistar, estuvo listo en un dos por tres y se fue a trabajar por mí. Yo, me amodorré de nueva cuenta en el lecho y dormí un par de horas más; no me importó si mi sustituto había desayunado, llevaba dinero para los pasajes o realizaría bien mis actividades.
Me puse en pie poco después de las 9 a.m., bebí un vaso de leche con una concha de chocolate y encendí la tv en las noticias. Daban las mismas de todos los días: las incongruencias que decía nuestro presidente en sus conferencias mañaneras, el incendio de una discoteca famosa de Acapulco, las muertes violentas en distintas partes del país perpetradas por el crimen organizado, la enorme cantidad de contagiados por el covid en tan solo veinticuatro horas, los chismes y enredos de personajes diversos de la farándula y la política nacional y extranjera. Es decir, el pan de todos los días. Aburrido de ello, le puse a Netflix, comencé a ver Outlander, esa historia donde una enfermera de la Segunda guerra mundial viaja al pasado, quedando atrapada en la época de mil setecientos y tantos, para intervenir en la guerra entre escoceses e ingleses. Vi un par de capítulos; luego, para seguir en la vagancia total, me puse a leer a Bukowski: La senda del perdedor, con el que me entretuve un buen rato. Miré la hora, el reloj marcaba casi las dos treinta de la tarde, se acercaba la hora de comer. Pedí a través del celular una pizza de tres quesos, fue hasta entonces que pensé de nuevo en mi sustituto. ¿Cómo se la estaría pasando? ¿No tendría algún contratiempo con lo que me tocaba hacer?... Pronto dejé de preocuparme, mi sustituto era hábil e inteligente, con seguridad todo estaría bien.
Llegó la pizza y sentado de nuevo ante la tv, me tragué casi la mitad de ella; agarré comenzando la película de Sabrina, con Julia Ormond, una actriz guapísima que me dejó enamorado de su belleza, como me había sucedido antes, con Michelle Monaghan, en Quiero robarme a la novia y Katharine Mcphee, de la serie Scorpion. Cuando terminó la peli, creo que me quedé dormido en el sillón, porque no fue hasta que alguien me sacudió el brazo, que abrí los ojos. Oscurecía y ahí, frente a mí, estaba mi sustituto.
-Ya despierta- dijo.
-¿Ya volviste? ¿Cómo te fue?...
-Bien – respondió –, estoy cansado y con mucha hambre.
- Hay pizza. ¿Quieres?
Se tragó la mitad de pizza que restaba y sin añadir más, se metió dentro de mí cuerpo para ir a dormir. Ya como uno solo, con las actividades del día concluidas, me fui temprano a dormir, dejándome de tarugadas de imaginar que era posible haraganear entre semana. Al día siguiente, ora sí, me tocaba a mí ir a trabajar.
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