Guillermo no quería despedirse, decía que no creía en ellas y así se aferro a su puesto de último bastión del pueblo. Nadie le daba bola o más bien, los pocos que lo hacían, era por lastima o por amistad. Así seguía siendo el rey de un trono olvidado.
Peti, por el contrario, era de despedida ligera, siempre decía que se despedida pero nunca llegaba a llevar a cabo su anuncio. Era de la despedida continua haciendo referencia que es mejor soltar a tiempo que aferrarse, pero no hacia ni una cosa ni la otra. Se quedaba esperando que la decisión sea de otro.
El francés, llevaba un término medio, era medido en sus palabras y buscaba la transformación, antes que tirar por la borda lo hecho. No creía en la despedida eterna, esa que hacen olvidar todo lo que hizo y pregona la multiplicidad de sus actos y busca nuevos desafíos. Es el que contra toda marea quiero reflotar el barco haciendo algo nuevo, algo original. Agota antes de la agonía.
Jorge por el contrario, le huye tanto a las despedidas, que vive regresando, antes de que lo extrañen.
Jimena, al igual que los fantasmas, odia tanto las despedidas que cuando se la busca, ya no está.
Yo, en mi caso, me duelen las despedidas, aunque con el tiempo empecé a aceptarlas. Hoy despido y me despido más fácil que antes. Hoy tengo la libertad de adaptarme a la despedida y no salir herido.
Mientras tanto, la despedida, sigue sin darse cuenta porque tanta alaraca con su ser. Hoy la despedida, vive despreocupada. Hoy la despedida, vive sin miedo de no volver. Hoy la despedida…dice adiós.
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