El abono
Por fin compró el tan ansiado y esquivo abono para asistir a las funciones de cine arte todos los días durante cuatro meses.
Ochenta películas a mitad de precio y como se pagaba al contado y el monto total no era menor se endeudó con sus amigos comprometiéndose a pagar en la misma cantidad de meses.
No involucró a nadie. Siempre consideró que el cine es uno de esos placeres solitario similar a leer un libro, sin mirar caras a nadie. Además que el horario era preciso. Seis de la tarde, justo a la salida de la oficina.
A su jefe, que si era un verdadero cinéfilo, pensó que esta noticia lo alegraría.
Y era que no. Acostumbraba a comentar las películas que exhibieron en la televisión la noche anterior. Sabía los nombres de los protagonistas, directores, año de producción, premios y el resto lo escuchaban.
Esperó que su jefe y las seis funcionarias estuvieran conversando para agitar el talonario frente a sus narices.
-Una película diaria durante los cuatro meses siguientes – comentó.
Nadie se atrevía a hacer un comentario. Todos se miraban entre sí como si estuvieran presenciando un espectáculo absurdo. No era la reacción que esperaba después de su tan esperado anuncio. En los ojos de cada uno, sobre todo en los del jefe, pudo advertir un brillo extraño.
Algo no andaba bien. El jefe, que seguía con cara de no entender nada, tomó el folleto con la programación y comenzó a viva voz a cantar, como si fuera un juego de lotería, cual ya la había visto. Cómo si por cada película ya vista por el jefe había que arrancar la entrada correspondiente a ese día del talonario. “No vale”.
Al principio las nombraba casi todas. Luego una por medio, luego una por página pero de la mitad del folleto en adelante enmudeció. Ese largo silencio, mientras pasaba de una página a la otra, estuvo cargado de envidia. Se sentía en el ambiente, se podía cortar a tajada. Eran las películas que el jefe esperaba ver para sentirse que ya las había visto todas. Su actitud era tan patética que el resto de los funcionarios lo miraban como si fuera una injusticia.
Comenzó a ir y cada día comentaba la nueva película. Siempre la última era mejor que la anterior.
Al principio narraba un pequeño resumen pero al paso de los días a la audiencia ya les molestaba. Las compañeras, coludidas con el jefe, no dejaban pasar el momento sin acompañarlo de comentarios.
- ¿Por qué no te vas para la casa mejor, a estar con tus hijos, en vez de ir al cine?
- Porqué con esa plata no le haces un buen regalo a tú señora.
A veces las conversaciones se tornaban insoportables. Ya no las conocía. Hasta su jefe, que siempre fue un hincha del cine ya no le parecía bien que asistiese.
- ¿Y por qué se molestan? si a todos les gusta el cine
- Si, pero nosotras vamos con nuestros maridos.
Entendió que estaban molestas. Hasta el jefe le reconvino que era extraño y mal visto que fuera sólo al cine.
- Para mí que no vas al cine, quizás dónde vas - Repetían todas.
- Apuesto que tú señora no sabe qué vas al cine
- Oye, voy a llamar a tú casa y te voy a acusar
- Si fueras mi marido ya te habría dejado, por irresponsable
Nada entendía.
Un día desapareció el talonario del cajón del escritorio. Alcanzó a asistir sólo a once funciones.
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