No le valían los casi, decía que eso no contaba en su larga existencia. Si los casi valieran Hitler se habría salido con la suya y Napoleón no habría sido derrotado en Waterloo. La historia demostraba otra cosa, por más que los historiadores esgrimieron sólidos argumentos, ya nada podía hacerse, Napoleón y Hitler estaban muertos y sin posibilidades de volver a resucitar. Estaba dispuesto a conseguir lo que soñaba a como diera lugar, pues los sueños son sueños y nada más. En su país, los altos mandos de las fuerzas armadas advirtieron hasta cansarse que ningún civil debería ir hacia el Caguán, pero Artemio Mendoza desobedeció la orden y se adentró en esa zona peligrosa. La intención de Artemio era entrevistar al jefe de los alzados en armas y de paso aprovechar la oportunidad y decirle unas cuantas verdades en la cara.
Ya casi llegaba al campamento del jefe de los subversivos, de repente cayó un rayo cerca de Artemio que con mucho miedo dijo:
-Mierda casi me mata.
Reanudó la marcha con mucha decisión, para él los casi no valían, muchas veces había estado muy cerquita de la muerte, pero se había salvado de milagro. Así que no iba a desaprovechar la oportunidad. Pronto se encontró con un guerrillero de pelo en pecho y barba espesa, quien le advirtió que no fuera, que su jefe era muy violento y lo mataría a la menor diferencia que tuvieran en la entrevista. Artemio, enseguida le dijo:
-No le tengo miedo a tu jefe, ve y dile que se aliste.
El guerrillero salió corriendo a darle el mensaje a su jefe.
De repente cayó otro rayo cerca de él, quien de inmediato volvió a decir:
-Mierda casi me mata otra vez.
Apenas acabó de decir esas palabras cayó otro rayo y este sí lo mató. El guerrillero solo encontró unos pedazos de carne y hueso chamuscados, al ver todo eso se dijo a sí mismo.
-"Mierda, casi lo desaparece".

AUTOR: PEDRO MORENOMORA
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