Era el mismo sol el que brillaba esa tarde. En las avenidas alumbraba la reverberencia del tiempo en los cristales de los automóviles. El viento iba y venía de la cordillera a la ciudad, el viento completaba con movimiento el tiempo.
Arriba el cielo despejado hacia sentir la inmensidad, e imaginar los valles invisibles.
La ciudad era una gigante con millones de miradas. Millones de respiraciones. Millones de ruidos envolviendo silencios. Millones de bocas como nidos de palabras.
Ahí, en el medio día, los paisajes de la sangre entraban en armonía con el paisaje urbano rodeado de montañas. Ahí, se completaba el anhelo de mirar los bosques atrapados en unos ojos. Se completaba con el sonido de una voz arrancada de sueños azules.