Es una noche fría. Ha llovido por la tarde; no con la intensidad de otros días. Sin embargo, estoy lluvioso: frío, nublado, mi deseo encharcado entre esta lluvia y una soledad agobiante. Porque la mujer que amo está ausente y mi deseo requiere su presencia, la tibieza de su piel de azúcar morena, la fuente de gozo que es su boca, la morbidez tibia de su entrepierna. Pero ella duerme olvidada de todo, puedo escuchar su respiración tenue, pausada. Abandonado a esta soledad que me oprime y a este deseo que me abruma, me resigno de mala gana y me pongo a redactar esta nota.