Entraron por la puerta lateral del restaurante.
Ella se dirigió a paso vivo a la mesa frente a la ventana que daba a la avenida. Se la veía muy nerviosa.
- ¡Veinte llamadas. Veinte! ¡Una detrás de otra llamándote como una idiota. Y nunca atendiste!
Era evidente que él no estaba a gusto, pero mantenía la calma. Ni siquiera le importaba la escena frente a los demás comensales.
- Porque te presté el mío anoche.
El tuyo se había apagado por falta de energía. Mirabas algo en Internet. Seguro le bajaste el volumen cuando me quedé dormido.
Hoy me desperté tarde porque mi alarma no sonó y salí apurado.
Ella recordó todo. Buscó en su cartera.
Encontró el aparato con las llamadas perdidas.
- Aaayy, perdonam….
- Shhhh, no pasa nada. ¿Comemos algo?
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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 15/9/2021.
Texto agregado el 16-09-2021, y leído por 220
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