Después de mucho andar no encuentro que exista un amor verdadero, incondicional y eterno. Todos son sólo sombras reflejadas en la caverna de Platón; alucinaciones, peores que las que engañan al más díscolo de los enfermos.
Más que amores son solo fantasías que ofrecen un escape imaginario a la soledad humana, para luego abandonar y dejar un agujero aún más profundo que el que encontraron. Ya no creo en "juntos para siempre" menos en el "amor de mi vida". Sé con certeza que el "para siempre" es hasta que el hastío de la rutina abrume y el "amor" mientras no llegue una oferta mejor.
Las decepciones que la vida me ha obsequiado me han convertido en un mercader de ilusiones, en un prestidigitador. Soy un encantador que ofrece placeres efímeros, amores cortos, sueños hermosos que nunca se realizarán.
Intercambio momentos lindos, unos cortos y otros largos, por promesas vacías. Compañía por abrazos tiernos y besos apasionados. Ofrezco caricias alucinantes y toqueteos febriles por monedas de satisfacción.
He de confesar que soy un vendedor hábil, capaz de hacer sentir a cada conquista como única y especial. Al punto de que se entregue sin protestar, aun conociendo de buena fuente que se dirige a una trampa. Es la locura que arrastra a los desesperados a un destino anunciado.
Es mi vicio coleccionar espíritus enamorados, asaltar los pensamientos de inocentes que sueñan con el amor verdadero. Es mi alimento el deseo y la añoranza, casi siempre callada, de las almas jóvenes que hipnotizo con una mirada o un par de palabras.
Pero el universo que nada se guarda les hace justicia: aleja sus ojos marrones de mi mirada, me priva de sus labios y de su cuerpo. Clava su sonrisa en mi pensamiento.
Sí. Amo, aunque no creo en el amor, y él me declara su amor aun cuando no cree en mi amor. Nos separa una muralla infranqueable hecha de prejuicios y motivos, de otros amores y vicios. Somos como luna y júpiter, tan cerca en el firmamento y lejos en el espacio orbital.
Irónico, ¿verdad? Estamos hechos de incoherencia, somos contradicción. ¿Nunca has deseado algo mucho, aunque en el fondo sepas que te destruirá? Creo que saltar la muralla y unir nuestros caminos por fin, sería una catástrofe mayor a si júpiter y la luna se dieran un beso sideral; pero más fatal sería no intentar, posponerlo sin fecha de caducidad, como si existiera la inmortalidad. |