El viento sopló
contra los cristales
suspendidos,
y se escuchó
como si fuese el metálico canto
de un pájaro entumecido.
Y se abrieron los oídos
desde el silencio dormido.


Y el viento sopló,
por segunda vez,
contra los cristales
suspendidos.
Los ojos cerrados
se agitaron en sus órbitas
por la milagrosa
repetición del sonido.


La cadencia se montó
sobre el mismo patrón
que ya había oído.
Desde lo profundo
de la naturaleza
provenía con
inesperada extrañeza.
Y la mirada se abrió
a la luz de la ojos.


Y el viento sopló,
por tercera vez,
contra los cristales
suspendidos,
y un pensamiento estalló
como si lo eterno
se hubiese molido.
Se abrió la garganta
para gritar
desde el abismo,
repetía la respiración
con un prolongado ritmo,
que erizaba la piel,
como suave sismo.


Y el rostro
se hizo sonrisa placentera,
no podía ser
de otra manera.
¡No podía ser
tanta coincidencia!
Y el sonido se hizo luz
y la luz pensamiento,
y se abrió la realidad al hombre
y la vida se hizo sentimiento.
Se rompió desde la eternidad
a la fragilidad del breve tiempo.