Tengo una foto en mis manos: somos Diego y yo.
Le falta un pedazo en el ángulo superior derecho, justo cerca de la cara de él. ¡Hija de puta! Primero las cartas de Andrea, después la colección de las revistas de Mafalda y ahora la foto del Diego. ¡Qué foto eh!, fue por el ochenta y cuatro u ochenta y cinco, no, ahora me acuerdo exactamente ochenta y seis cuando salimos campeones. ¡Lo que me costó que se dejara sacar la foto conmigo! No era nada personal, sólo que todos queríamos lo mismo y él estaba cansado. ¡La voy a matar! ¡No la aguanto más! La echo, pero aún así no se va, por el contrario, cuando me acerco, la dulzura de su mirada me hace dudar en tomar la decisión final, no lo pienso más: me desharé de ella.
¡Qué año el ochenta y seis! Cuando le hizo el gol a los Ingleses, ja ja, LA MANO DE DIOS y si indudablemente Dios estaba ahí. Y esta desgraciada me viene a romper la foto… Te odio, maldita, te odio, y te voy a matar sin compasión, sólo tengo que pensar en el método.
Me voy a poner detrás de la puerta y cuando entre le pegaré con la pala que uso para el jardín, hasta terminar con ella. En realidad, pienso que sería muy violenta la situación.
Ya sé, puedo darle veneno; pero no, no me complace ese final. Quiero verla sufrir, retorciéndose de dolor y que termine su vida delante de mí, sin darle auxilio, sin sentir piedad alguna por ella.
Es por eso que simplemente pondré un trozo de queso en la trampera, me sentaré a esperar que venga y disfrutaré cuando muera como lo que es: ¡una inmunda rata asquerosa!…
Isabel Rodas |