Cada que veía a la vecina en la calle, su corazón quería salirse del pecho, tenía que ponerle la mano para que no se saliera y siguiera en su lugar. Por las noches daba rienda suelta a su imaginación: se imaginaba con ella a solas, los dos desnudos solazándose en el lecho de ella; otras veces se imaginaba bañándose con ella, él enjabonando su cuerpo y sintiendo los placeres más exquisitos al pasar el jabón por ese cuerpo tan armonioso; también se imaginaba echando vino en los pechos de esa mujer bellísima, luego recogiendo ese vino con su lengua como si fuera un gatico. Él jamás llegó a imaginar que la belleza de esa mujer que parecía diosa, lo llevaría a la perdición.
Solo vivía por ella, apenas amanecía se bañaba a la carrera, se vestía con la mejor ropa que tenía, se echaba la loción francesa con el ánimo de atraerla, pero nada, ella ni siquiera reparaba en él, eso que vivía en la siguiente casa. En más de una ocasión le compró rosas que ella rechazó, no quiso recibírselas al mensajero de la floristería. Un día sucedió algo inesperado, él se había subido a un árbol de mango a cosechar los que estaban maduros, sin proponérselo vio a la vecina bañándose como dios la mandó al mundo. La veía y no lo creía, primero empezó a sudar, después a babear de la emoción, no era para menos, ver una mujer tan bella desnuda, no es asunto que se presente todos los días. Se excitó tanto que se vino, sintió su bóxer mojado, el placer fue inmenso y eso lo hizo muy feliz. Enseguida dijo:
-"Ya me puedo morir tranquilo.
Apenas acabó de pronunciar esas palabras, la rama del árbol en la que estaba apoyado se vino al piso, como estaba a varios metros de altura, la caída fue mortal. Cinco horas estuvo en el piso hasta que sus familiares llegaron a casa. La mujer hermosa, vio unos carteles afuera de la casa anunciando la muerte de Teodoro, pero no se imaginó que ella fuera la culpable de la muerte del admirador secreto que suspiraba al verla. Ni siquiera fue al sepelio.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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