Y la llené de besos,
Me quite el saco de fría y lejana,
Y se desprendió de la coraza de rectitud
En mis brazos la acune como una niña,
le bese su cara, cual rostro resplandeciente, aun tibia,
Mis ojos prendidos a los suyos,
No podía dejar de besarla,
Sentir su piel aterciopelada,
Unidas como toda la vida,
Se me iba...
Le bese el alma, guerrera y frágil,
Deje fluir mis ganas de retenerla,
Deje que caminara a su destino,
Deje que la abrazara su Redentor.
Sus manitos santas, esas que cosian,
Y cocinaba, acarariciaba el llanto y dolor,
Esas que alababan aquí y alaban allá,
Las manitos torcidas que trabajaban
Durmieron para siempre.
Esa madrugada mis ojos vieron el milagro más grande, después del nacer...Morir!! |