POR CULPA DE FRIEDRICH
Amanecí con el nivel más bajo de depresión sentida en mi cabeza y en mi alma, era el decaimiento total, así que decidí suicidarme. Lo primero que hice fue acercarme a la ventana pretendiendo saltar del quinto piso donde habitaba, nunca había reparado que por fuera había una protección de reja en forma de flores soldada al marco exterior del ventanal.
Al ver esto pensé en otra forma y comencé a realizar, sin que temblaran las manos y sin sudores, todos los preparativos. En una gruesa cuerda hice el nudo ahorcado lo sujeté a una argolla que se hallaba clavada en el techo, enseguida coloqué la única silla que había en el cuarto debajo de la cuerda para meter mi cabeza. Casualmente, estaba sin temor, sin nervios, sin remordimiento... muy, pero muy relajado.
Antes de subirme a la vieja silla escribí un adiós muy simple… quizá, hasta sin sentido, pero fue lo que se me ocurrió en ese momento: "Dicen que los suicidas no entran al cielo, no me importa pues siempre he sabido que no me gustan los lugares inexistentes".
Seguro de lo que hacía y libre de temores y remordimientos, subí a la silla para colgarme, ¡vaya desilusión! me di cuenta que no alcanzaba la cuerda con la cabeza. "Puta cosa" grite con mucho coraje. “Ahora tendré que poner otra cosa para elevar la altura”. Sabía que el cuarto estaba vacío y la colcha con la que cubría mi cuerpo no la podía retirar de mi cuerpo, era lo único que tenía encima de mí y no quería morir desnudo.
Después de mucho rato de frustración por no poder concretar mi suicidio recordé que debajo de la duela tenía algunos de mis libros favoritos, los cuales nunca había vendido porque eran mi única riqueza fiel. Con mucho trabajo y haciéndome daño en los pies rompí con mis talones las duelas. Al ver mis libros me sentí plenamente feliz por no haberlos vendido, los saqué y los desempolvé con mi brazo izquierdo y mi cobija. Cuando quedaron limpios los apilé encima de la vieja silla y subí con toda calma a ellos. Disfruté ese momento como nunca había disfrutado otro en mi réproba vida.
Metí con mucho cuidado mi cabeza sobre el aro de la cuerda, cerré mis ojos soltando una sonrisa de paz y de agradecimiento a la vida y la muerte, pero como mi deseo último era ver mi propio suicidio los abrí rápidamente. Sin dar marcha atrás traté de tirar la pila de libros al suelo con mis pies, para mi desgracia o fortuna el único libro que cayó era uno muy delgado, de inmediato supe que era “Más allá del bien y el mal” de Friedrich Nietzsche. El libro quedo tirado sobre las duelas rotas como estaba abierto alcancé a leer textualmente lo siguiente: “El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche”.
Al momento de leer ese pensamiento quedé plenamente aletargado, no me pude suicidar, pero tampoco pude hacer lo contrario. Hoy, por culpa de Friedrich, sé que estoy petrificado y con la cuerda sujeta a mi cuello y los libros sin poder tocar mis pies.
Jerry Méndez.
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