Se opaca el brillo
del sueño. Se abre
la borrosa realidad,
que avanza implacable
con actos desmedidos
dejando cabos
a medio terminar.


Afectos prostituidos
a la pequeña voluntad.
Muchas preguntas
sin respuesta,
entre los pedazos desperdigados
de proyecciones imaginarias
como delicados cristales
de falsa realidad.


Y me quedo aquí.
Parado con vergüenza.
Otra vez con las manos vacías.
Con la apremiante y
cruda necesidad
de adornar lo que veo,
con serpentinas brillantes
de ansiada armonía.


Otra vez tropecé
con un pensamiento.
Caí como hoja desprendida,
sin alas, a merced del viento.
Caí sin temor a la tierra,
sin miedo sobre la cuna
de descomposición
comprometida.


Distraído miraba el cielo
intentando hacer azul
tu sonrisa.
Intentando atrapar el brillo
en tus ojos apagados
para saciarlos
de alegría.


Cuando vino la caída,
desde una inesperada
carcajada escondida.
No la vi venir,
para nada,
porque en ese
momento soñaba.


Corría por campos
de alegría
entre risas sanas
y temprana algarabía.
Corría por un dulce sueño
rodeado de compañía.


No alcancé a ver
el reflejo del derrumbe
que en tus ojos negros
se aparecía.
No alcancé a adivinar
que ya venía.


Otra vez tropecé
con un pensamiento,
distraído mirando el cielo.
No solo me golpeé
ambas rodillas,
también por un minuto
perdí el aliento.


Creo que esta vez,
me quedó un trozo
de alma herida,
entre las partes
que por el piso
saltaron repartidas.