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Hasta que te conté puede descansar, ya no tenía nada que aguardara darse a la memoria fortuita.

Pasaron muchos años, y es probable que estas líneas sean tan impertinentes como inútiles. Eso no depende de mí, nunca dependió de mí. Esa parte, esa gran parte realmente me hizo falta: me hiciste falta.

Durante años guardé las memorias de los eventos que consideré nuestros. A penas hoy los conté, a una buena amiga. Decimos que existe eventos inenarrables, pero, así como pasó el tiempo y te confesé que, en esa ocasión, te veías hermosa con tu blusa azul y tus labios pintados, así tuvo que esperar el relato que guardé celosamente, aquella historia a la que guardé fidelidad hace tanto, que nunca la dejé de hacer recuerdo, pues estuvo presente cada día conmigo.

Tus palabras fueron determinantes en tu última carta, en el último renglón de ella... quizá, de tanto repasar esa frase en tu última carta, he terminado por modificarla y ya no sea lo que dijiste. Borré todo. Dolió como jamás me ha dolido nadie. Nunca lloré tanto, ni extrañé ni anhelé tanto a alguien como a ti. Incluso ahora no sé cómo escribirlo. Entiendo que he romantizado el evento, y que era inmaduro, que no fui la persona indicada para ti, que fallé y que quizá tampoco es para tanto. Ahora sé que existe un amor que madura, que es serio y cálido, tranquilo y apacible, que se cuida y se fomenta de a poco en poco. Cuando lo miro de ese modo, el oleaje guarda la calma.

Pero todo sucedió tan real, aunque la mayor parte de las cosas fueron fantasía, a pesar de que te idealicé, a pesar de que soñé tener familia contigo y vencer la distancia. Fue real, lo sentí lo más real… o quizá sea solo mi esfuerzo por mantenerlo así, por hacer que haya sido como lo describo.

Solo puedo ser sincero a lo que siento. ¿Errado? Sí, seguramente. Y fuera de lugar. Y tardío, Y tonto. Y un mal evento. Y sí, lo sé, no debí escribirte, no debí demorar tanto. Debí buscarte, ser más valiente, menos inmaduro, más determinado. Ni siquiera creo que podría ser tu amigo porque tu presencia, tu voz, tu mirada me impone; lamento mucho eso, en demasía.

Solo escribo para decirte que has pasado en mis recuerdos estos años, y que si una carta demoró tanto en escribirse creo que puedes esperar otra. Y quisiera esperar yo una, de ti. Aunque quizá no desee recibirla, como quizá tú tampoco quieras saber detalles de mí.

Abrirse es difícil. Es exponerse. Nunca te mandé la demás narración de nuestro viaje. En ella narraba el día que bailamos, el día que me diste un beso en la mejilla, el día que nos separamos, quizá para siempre. Y te narraba el difícil camino, pero que aceptaba de buen modo. Creo que no pude aceparlo, seguramente ni ahora.

Te decía al final que te amaba. Después de eso, la vida fue muy diferente para mí. Lo más probable es que ya te lo haya contado antes, ya no lo sé. Después de separarnos quise olvidarte y empezar de nuevo. Me junté con alguien (de eso estoy seguro de que te conté la última vez) que resultó ser la peor elección de mi vida, pues terminó de alejarme de ti. Cuando me enviaste el último correo, estaba seguro de que haría una familia con esa persona. Dos días después rompimos porque me fue infiel, y no estaba dispuesto a vivir así. Si tan solo hubiera esperado y no te hubiera escrito tan groseramente como recuerdo, quizá, solo quizá, hubiera sido otra historia. Creo que en ese entonces te reprochaba por qué te habías ido, por qué me habías dejado, por qué te habías alejado. Qué tonto.

Me enfrasqué en mi trabajo para ya no recordar nada de eso. Tanto así que aún hoy en día disfruto de los frutos de ese tiempo. Te mencionaba a mis amigos, y aún hoy en día se me quiebra la voz al mencionarte. Dicen que eres bonita. Le conté hace un par de meses a mi mejor amigo que acepto que vivo pensando en ti a pesar de todo lo que ha cambiado en mi vida. Lo hice, sí, maldita sea, lo dije por fin. Debes pensar que estoy mal, y seguramente tengas razón. Quizá debo tratar esto con el psicólogo. He sido fiel a tu memoria. Veo películas y recuerdo que podía platicar de ellas y me guardo ese gusto para ti. No he encontrado a nadie para ello, seguramente porque no me he esforzado lo suficiente, o porque guardo aun ese lugar para ti, para ver otra película, en silencio, sabiendo que estás a mi lado.

Si nos buscáramos ahora, ¿quiénes seríamos? Ya avejentados, diferentes, con mil y un vivencias de más, de un carácter ya más formado y de hábitos y gustos complejos, necios al cambio y reticentes a las vivencias ensoñadas. ¿La vida ya está hecha?

Eres el sueño del que no he querido despertar. Lo hago para darme realidad. Contarte, verte, escucharte y saber que en realidad no perdí tanto como siento, que estaré bien sin ti (ya son varios años, ¿qué podría pasar?). Dicen algunos: gracias por tanto, perdón por tan poco. Y sí, fue poco. El amor se construye con actos, no solo con palabras. Nunca te fui a buscar, a pesar de que hacía planes con mis amigos e imaginaba que, de forma despistada, entraba en tu consultorio para una revisión, y que no me reconocías hasta que partía. ¿Con qué propósito fantasear así? El amor así solo es gran egoísmos. Mil palabras y promesas no pueden más que un acto de buen corazón. Por eso estamos donde estamos. De mi parte no hice lo suficiente, lo reconozco.

Hace unos meses, sin planearlo y después de varios intentos infructuosos, pase frente la casa donde vivías. Intencionadamente siempre quise encontrar nuevamente esa casa, pero nunca di con ella. Siempre me llamó la atención la cruz que estaba sobre la avenida en la que se encuentra el departamento. Y un día, sin quererlo, di vuelta ahí. Oh sorpresa, encontré tu casa, tu departamento. Quizá sin querer las pistas nos van guiando.

Sueno patético. Me disculpo con quien deba, y con ella y contigo. Claro, no podía dejar de buscarte de vez en cuando y mirar tus fotos, imaginarme que eres tan feliz como tu sonrisa lo muestra. Eso siempre fue y ha sido mi consuelo. De corazón espero que estés teniendo una vida grandiosa y plena, me hace feliz pensarlo. Tenía mucho que no lloraba nuevamente así. Por favor, sé feliz.

Cuídate. Come sanamente. Haz ejercicio. Sigue disfrutando del cine. Sonríe siempre que puedas. Cuida a los propios, ayuda a extraños. Duerme bien. Ten una vida maravillosa.

Maldíceme si hace falta.

No sé despedirme porque no intento hacerlo. No quiero decirte adiós. No hay momento para despedidas. Las personas solo se van, y ya no vuelven

Texto agregado el 03-09-2021, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


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