Con su semblante de ojos escurridos caminas certera, preocupada, con perfil de libra, la mañana te saborea, tus manos se crispan en el arduo camino de la voluntad entrecortada bajo el suplicio divino y liberador, resultado del espíritu en el pecaminoso placer de la vida sin sacramentos, vertido en el día, la noche macilente, lacónicamente alabiada pero de noctámbulos y melodiosos cantos de dulzura y miel.

Abrázame como si me perdiera sin hogar, abrázame en un suspenso de neblina, incierto y sollozante, con el silbido y la ilusión de las guirnaldas de acecho y de Atenea. No me dejes despertar de tu abrazo, no me dejes abrir los ojos, tómame con fuerza como si lo valiera, como si en verdad estuviese contigo.

Yo no sé de ti, porque te insulto y te maldigo para que te alejes. Pero no te puedes ir de esta nebulosa sin hacer brillar todas las estrellas. No te irás sin antes llevarme contigo. No eres tú mi deseo, sino que yo soy por él