Cuento — Relato de tiempo y vida
¡Tres hurras por Feña Arrieta!
Segunda entrega
Cuento largo dividido en cuatro partes y en tres entregas
1 — Introducción, Viejos y Feña — https://www.loscuentos.net/cuentos/link/609/609937/
3 — Regreso a Santiago —https://www.loscuentos.net/cuentos/link/609/609985/
Renegando por el desierto
Por allá por el verano de uno de los primeros años de la década de los noventa, siendo Supervisor de Materiales y Equipos de una conocida Empresa de Ingeniería Eléctrica, tuve que realizar un viaje de trabajo a una faena, en la que estábamos construyendo líneas de alta tensión para una compañía minera “Escondida” entre los desniveles del desierto escalando cordillera, en la Segunda Región del país.
El Gerente Técnico de la empresa, un señor bonachón pero exigente, de ascendencia y apellido alemán, además de jefe también amigo, viajó ese mismo día a la misma faena, él iba a supervisar además del avance de la obra a reemplazar por su período de descanso al Administrador Jefe, otro compañero-amigo que desde hacía un par de meses, había reemplazado al ingeniero anterior que fue destinado a la administración de otra obra del mismo rubro: Fernando Arrieta.
Yo ya llevaba varios años trabajando en la empresa con el mismo cargo, pero nunca había visitado obras alejadas de la capital, solamente aquellas cercanas en las que podía ir temprano para volver por la tarde. Tenía que enviar un vehículo de doble tracción, más un set de instrumentos de topografía e implementos de seguridad que me habían solicitado desde terreno, así que deseché viajar en avión con el Gerente para llevar yo mismo el 4x4. El norte para mí era completamente desconocido, por lo tanto este viaje lo consideré como una real aventura.
Mi jefe tenía que realizar varios trámites en Antofagasta, por ello lo más probable era que viajara a la mina por la noche, por lo tanto el día anterior cuando nos despedimos le aposté, si mal no recuerdo, una botella de whisky, que al otro día llegaría a la mina, prácticamente a la misma hora que él. Me aseguró que aunque yo partiera de Santiago a las tres de la mañana ¡Ni ca… llegaba esa noche! Además, como conocedor o más bien viejo zorro del desierto, sobre todo sabiendo de mi ignorancia en conducir por esos parajes me dio varios consejos, por ejemplo: indicándome cuales eran los lugares en los que podía exceder el límite de velocidad sin arriesgar una multa, también los mejores lugares para comer, agregando otras recomendaciones, entre ellas una que me llamó la atención; calculó más o menos donde podría yo estar cuando me diera la noche para seguidamente decirme que cuando fuera conduciendo bajo un túnel de árboles, buscara un lugar despejado entre ellos, saliera de la carretera, buscara un lugar apropiado en el bosque para que tranquilamente me pusiera a dormir; sonreí ante esta recomendación que la tomé como broma irónica, ¡Arboles en el desierto!
Temprano, de madrugada, como a las cinco atravesé Santiago, tomé la Panamericana o Ruta 5, enfilando rumbo al norte.
Comencé a contar, sumar y calcular de acuerdo al kilometraje que indicaba la guía de carreteras, de la cual me había premunido, a qué hora iba a estar en cada ciudad por las que tenía que pasar.
En Los Vilos una taza de café bien cargado acompañado a un contundente sándwich de pernil de cerdo
Cuando subí al jeep se me acercó un carabinero, el cual después de un afectuoso saludo y preguntarme hacia donde me dirigían me pidió que lo llevara hasta Coquimbo, por supuesto que accedí a su petición, sólo pensé que no podría exceder el límite de velocidad justamente en uno de los tramos en los cuales el viejo zorro me recomendó que podía correr sin temor a multa. Pero no fue así, el carabinero me ayudó a apretar el acelerador a fondo; porque tenía que estar a una hora determinada en Coquimbo, pero por dormir más de la cuenta no alcanzó a tomar un autobús más temprano. Iba bien atrasado.
Luego de dejar a mi acompañante atrasado en Coquimbo seguí hasta la ciudad de La Serena unos pocos kilómetros más adelante para detenerme a almorzar. Medio día y tres cuarto de hora, tiempo para rellenar estanque de combustible, rellenar el estómago del conductor mientras descansaba un poco el motor. Luego reinicio en marcha lenta para conocer algo de esa hermosa ciudad… tan sólo por ambos lados de la carretera.
Seguir sumando kilómetros, dejando atrás pueblitos y caseriós como Cachiyuyo, famoso por un teléfono rural, favorecido como uno de los pocos pueblos que en esos años contaban con este servicio, por eso la propaganda famosa de: este pequeño caserío conectado al país y al mundo.
Media tarde, Copiapó, media hora, tiempo para comprar unas bebidas, unas galletas, pasar al baño a alivianar la carga para seguir avanzando buscando el norte.
Ya con el sol hundiéndose en el mar otra ciudad importante: Chañaral. Otra vez rellenar estanques, uno con gasolina el otro con café e inmediatamente proseguir en demanda de la meta. Mientras, seguía contando sumando y restando… por el resultado de las cuentas pensé que era muy posible que perdiera la botella de whisky.
Agua Verde, último lugar poblado con provisión de agua y gasolina antes de alcanzar el destino que era la mina de cobre donde estaba la faena. Las diez de la noche… muchos, muchos kilómetros aún por recorrer.
Aquí, aunque el marcador me indicaba buen nivel de gasolina igual rellené estanque, también llené los dos bidones metálicos de 20 litros que siempre llevan este tipo de vehículos para emergencias. Esto fue una de las recomendaciones de mi jefe, puesto que la distancia para llegar desde este punto a la mina es grande, por lo que es común encontrar a medio camino conductores, incluso experimentados, esperando el paso de otro más previsor.
Rápidamente arriba del jeep a conducir acelerando, no quería perder la apuesta, que además tenía que ser una marca muy conocida con varios años de añejamiento, pero no necesitaba sacar más cuentas para saber que ya estaba perdida la botella de Chivas. (En ese tiempo esa marca era una de las más caras, en cambio hoy está al alcance de cualquier bolsillo)
Ya medianoche comencé a sentir el frío de la pampa. Según los cálculos que hice mentalmente me faltaba para llegar más o menos doscientos kilómetros, lo que me hizo recordar otra de las recomendaciones del jefe, la cual era que si llegaba más allá de una hora determinada al ingreso de la mina, no me permitirían la entrada hasta el otro día, por lo tanto tendría que dormir en el jeep y soportar el intenso frío que en esas alturas puede sobrepasar los diez grados bajo cero, por lo tanto comencé a pensar en detenerme.
Seguí conduciendo un poco más por la noche entre la neblina cuando de repente… después de un largo bostezo me doy cuenta que voy pasando bajo un oscuro túnel de enormes árboles, otra vez me acordé del viejo zorro del desierto.
Busqué una salida en un claro del bosque, estacioné entre los árboles, detuve el motor, puse seguros en las puertas y sin más me envolví con un par de frazadas que llevaba a la mano por si acaso. Dormí arrullado por el silencio de la noche, en medio de un tupido bosque del desierto más árido del mundo.
Desperté por el ruido de un camión de transporte, cargado con automóviles que transitaba por la carretera con dirección al sur. Ya despuntaba el alba y para mi sorpresa, no había túnel, no había bosque, no había árboles, no había nada; algo o alguien los había talado mientras yo dormía. Todo era desierto, puro e inmenso desierto.
Salí del jeep, sentí un frío cortante en mi rostro el cual no fue impedimento para que al mirar en lontananza quedara yo como hipnotizado por la bastedad del desierto con su inhóspita belleza envuelta en un elocuente silencio. Observé los cerros que vestidos unos de grises, otros de distintos tonos marrones, se recortaban contra el horizonte marcado por los reflejos de la aurora, semejando animales prehistóricos que despertaban de un largo letargo invernal.
Encendí el motor. Mientras éste se calentaba me afeité, me lavé la cara y tomé un tazón de café caliente con el agua del termo que había llenado junto con los bidones de gasolina en Agua Verde. Por última vez miré en rededor buscando vestigios del bosque que así como se me apareció igual desapareció. Partí en demanda de mi meta que calculé a cuatro horas de camino, pavimento y tierra a velocidad moderada, para no llegar muy temprano, además para llenar mi vista con aquella inmensidad carente de vida tanto animal como vegetal.
Poco más de una hora, un cruce llamado Las Primas, un parador solitario para camioneros hambrientos y sedientos, tomé desayuno con un grupo de ellos, alguien mencionó el túnel de árboles, no quise preguntar pero, por lo menos, quedé conforme al saber que no era yo el único que alucinaba.
Aquí un letrero indicaba al Este la distancia que aún me faltaba recorrer. Camino de tierra para seguir subiendo en busca de la mina “escondida” entre los cerros del desierto.
Después de recorrer una buena distancia ya internado por sinuosos caminos de montaña miré el nivel de gasolina en el estanque, calculé que me alcanzaba y sobraba para llegar a destino, se había equivocado el viejo conocedor de aquellos parajes.
Pero realmente no se había equivocado, dado que al poco andar una Toyota Hylux sin gasolina, diez kilómetros más allá una Luv doble tracción esperando ayuda y a pocos kilómetros de llegar una Nissan último modelo completamente equipada con el mismo problema. Característica común: todos los conductores usábamos casco blanco. Mi viejo Renegado no necesitó de los bidones, pero vaya que sirvieron para aquellos que no tuvieron la precaución que yo tuve, gracias a la recomendación de aquel zorro diablo que tenía como jefe.
Llegué en el tiempo calculado temprano en la mañana, sin dejar de pensar en la apuesta perdida y en aquel refrán que dice: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Una semana permanecí en la obra supervisando lo relativo a mi labor dentro de la empresa, pero además conociendo en el terreno mismo el sacrificado trabajo de los viejos, que con su esfuerzo no solo ganan su sustento, sino que, también contribuyen al del gerente, al del administrador, al de Feña Arrieta y por lógica también al mío.
Mi jefe, Gerente Técnico y amigo algunos de esos días me llevó a recorrer toda la extensión de la línea eléctrica que estábamos construyendo entre cerros, planicies y salares con el marco del volcán Llullaillaco, considerado el segundo volcán activo más alto del mundo. Todos los días salíamos cuando el sol llegaba para volver al campamento cuando ya se estaba yendo, así era, en esos tiempos, el trabajo en faena; de sol a sol, de lunes a lunes, no hay domingos ni festivos, no hay calendario; solo fechas de bajada o de subida más las de término de obra. Es para sacarse el sombrero delante de estos trabajadores, incluyendo en ellos no solo maestros y ayudantes, sino que también todos los profesionales que dirigen, controlan, supervisan y administran una obra; es decir desde el administrador general hasta el más anónimo jornalero.
Al anochecer después del baño reparador y una buena comida, el jefe me invitaba a un trago para paliar el frío de la noche, pretexto, ya que los campamentos mineros están muy bien equipados, en ellos los casinos, dormitorios y otros servicios anexos son de primer orden, pero todo campamento es zona seca, es decir, terminantemente prohibido el alcohol.
Olvidando aquella norma tan estricta, igual todas las noches el jefe me invitaba un trago como bajativo, llegando al dormitorio me preguntaba que apetecía puesto que tenía varias alternativas: whisky, ron, coñac, licor de cacao, de menta más varios otros. Mientras yo pensaba dónde escondía las botellas, de su velador sacaba una caja casi repleta de caramelos rellenos con licor, de la cual yo me servía ron, el elegía whisky. Mientras bebíamos planificábamos lo que haríamos al siguiente día, luego otra copita y a dormir… Excelente bar.
Quiero aclarar que lo de renegando no es porque yo fuera enojado o blasfemando contra el desierto. No, no de ninguna manera no, sino que todo lo contrario, ya que el desierto con su vastedad panorámica e inhóspita me atrapó y maravillo. Era porque el vehículo 4x4 que iba conduciendo era un Jeep Renegado de los años 80 que además debo reconocer que se portó muy bien en ese raid de poco más de1300 kilómetros…
Continúa y finaliza en la tercera parte “Regreso a Santiago”
Incluido en libro: Cuentos al viento
©Derechos Reservados.
|