Las pasiones son avasalladoras y no se escogen, simplemente se dan y te atrapan. Pasión por la libertad, por un deporte, por un escritor, por un libro, por una mujer, por la música. Hay tantas y tan variadas, que hablar o escribir sobre cada una de ellas implicaría llenar y llenar hojas de escritura apasionada.
En este momento no alcanzo a discernir si una pasión es o no sana, es tanto lo que se expone, lo que se da, lo que se involucra la parte más íntima de uno mismo, que no percibo cabalmente la influencia real de una pasión en el equilibrio personal, aunque hablar de equilibrio en una pasión resulte ilógico.
Cuando vi Átame, de Pedro Almodóvar, algo muy parecido a la pasión me dio, al contemplar a Victoria Abril en aquella tina de baño, donde la inocencia y la lujuria parecían hermanarse en el rostro gozoso de la mujer disfrutando de las caricias del agua y de aquel inefable buzo mecánico.
Escuchar el Huapango de Pablo Moncayo, tocado por la Sinfónica del Estado de México, siempre ha sido una pasión muy disfrutable, desde la primera vez que los acordes suaves y rítmicos de los sones penetraron en mis oídos, mientras Enrique Bátiz batuta en mano hechizaba al público, alelado por la magia de aquella música incomparable.
Las novelas perfectas no existen; sin embargo, la pasión que siento por Cumbres Borrascosas de la Bronté, Orgullo y Prejuicio de la Austen, El amor en tiempos del cólera de García Márquez o el Pedro Páramo de Juan Rulfo, me orillan a creer en su existencia. O mejor dicho, que mi pasión, me nubla la razón por ellas.
¿Y la libertad?... Nadie es libre, quiero decir, totalmente libre; estamos supeditados a tantos convencionalismos sociales que la sola mención de la pasión por la libertad, suena a moneda falsa y nada creíble.
Esta noche la pasión es simple y musical. Los años setenta del siglo pasado me vieron crecer, gran parte de mi gusto musical se quedó anclado en las canciones de entonces. No es desconocido que el 55 es mi número predilecto. Ni tampoco que oscuras canciones poco conocidas me apasionan. Claro, también muchas muy conocidas. ¿Dos botones, bastan? ¿Tres o cuatro? ¿Qué tal “Te doy una canción”, de Silvio Rodríguez; “Smoke on the water”, de Deep Purple; “La mujer que yo quiero”, de Serrat o “Rapsodia bohemia”, de Queen?
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