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Llegué del funeral sin fuerzas. Entre ritos, pésames, saludos y llantos, lo único que quería era recostarme y no pensar en nada más.
Pero cerraba los ojos y la veía a ella. Su vestido rojo, con el que me pidió ser enterrada, la cartera Gucci que le regalé en el primer aniversario y no dejó de usar en estos 7 años, y por supuesto, su celular, que le había costado un mes y medio de sueldo, pero que tenía esa cámara de resolución superior para subir sus fotos a redes sociales y convertirse en influencer.
Trató muchas veces de ser popular en Instagram, pero nunca dio en el clavo. Intentó con selfies, pero le criticaban su narcisismo; Probó dar tips de restaurantes pero no le pegaba mucho al análisis culinario; hizo intentos con vestidos y moda, pero su estilo no era muy contemporáneo. Y asi, por más que se esforzaba, no lograba llegar a una cantidad de seguidores que le permitiera sacar dinero de este hobby.
Cuando me dijo que pretendía hacer un de diario de vida (o de muerte) por su leucemia, le dije que no le iba a permitir que hiciera un circo de su enfermedad y le escondí el celular. Solamente se lo devolví hoy, cuando lo puse en el ataúd, al lado de su cartera.
Me pidió que cerrara su cuenta con un mensaje de despedida a sus seguidores. Fue todo tan rápido que había olvidado hacerlo. Pensé que era el momento de escribir su Adiós.
Abrí su cuenta y, antes de ingresar la clave que ella me había dejado, noté que había una publicación de su cuenta hecha unas horas antes. Por un instante pensé que era un error. Era una foto oscura y solo se veía una mano y una cartera. “ Al fin reunida con mi teléfono otra vez”(345 likes) era todo lo que decía.
Tiré el celular al suelo, no recuerdo si grité. Me restregué los ojos y volví a mirar, por si seguía ahí. Había un nuevo post “Nuevo día, nueva selfie”(735 likes). Su rostro maquillado, dormido, peinado, dentro de la tumba.
Corrí al cementerio, seguro de que se su sepultura había sido profanada. Pero seguía bajo tierra, como la dejara en la mañana. Los nuevos posteos seguían apareciendo en su cuenta.
Empecé a recibir llamadas de amigos, culpándome por la broma de mal gusto.
Fotos con figuras humanas que se desdibujaban entre luces y colores deslavados, rostros difuminados y superpuestos, daban la sensación de que mil personas estaban presentes y ausentes a la vez. Los acompañaba textos como “Reencuentro” (1.200 likes) “nuevos amigos” (3.458 likes) “ mi nuevo yo” (7.948 likes)y “la muerte no existe”(15.434 likes)
Estaba seguro de que alguien se había robado el teléfono y hackeado la cuenta, Pero esa mañana, una nueva selfie la mostraba a ella, en un fondo azul, transparente, con su rostro completamente liso, los ojos entreabiertos. Parecía sonreír.
Tuve que pedir que abrieran la tumba. Mostré las fotos y se instaló la idea de que alguien se había llevado su teléfono, y quizá su cuerpo. Aún algunos de sus amigos creían que esa persona había sido yo.
Costó unos días pero accedieron a abrir la tumba de Oriana. Le pedí a varios que acompañaran la ceremonia, para que fueran testigos.
Todo estaba ahí, tal como la había despedido. Su cuerpo. Su vestido rojo. Su cartera Gucci. Su teléfono, aun cargado pese a las casi dos semanas que pasaron desde el entierro.
En ese momento, una notificación comenzó a sonar en los celulares de todos los amigos presentes. Habían sido etiquetados por ella en una publicación realizada en ese momento.
“Visitas de amigos” (45.673 likes) Un retrato tomado desde el ángulo en que reposaba su teléfono en su mano, captando la presencia de todos en un cuadro inclinado. Se podía percibir un poco de tierra y algunas piedrecillas sobre el lente de la cámara.
“Ahora que tengo testigos, y sé que no estoy loco, tomaré este teléfono y me lo llevaré a casa.” Le saqué las baterías y lo guardé en una caja fuerte en el banco, lo más lejos posible de mi casa.
El asunto ya estaba siendo comentado en redes sociales y varias revistas digitales. Los seguidores pasaron rápidamente de 1.450 a más de 200 mil. Yo, solamente estaba pendiente de revisar de que no hubiese nuevas publicaciones,
Pero el descanso no duró ni dos días. El hashtag #EltelefonoesdeOriana se volvió tendencia nacional, junto a la presión de desconocidos que exigían que el celular fuese enterrado nuevamente junto a ella, para que pudiera seguir subiendo fotos desde el más allá.
Y si al principio la presión venía de algunos parientes y unos cuantos adolescentes fascinados con una película de terror en vivo, al poco tiempo era de fanáticos religiosos, investigadores paranormales, científicos, celebridades, millonarios excéntricos que buscaban respuestas.
No pude con las visitas inoportunas, las amenazas, las personas que me esperaban a la salida de mi departamento para insultarme. Accedí a la presión. Fui al banco, saqué el teléfono de la caja fuerte y pedí que volvieran a enterrarlo con ella.
Al día siguiente nuevamente aparecieron las fotos sombrías, cripticas, de formas surrealistas y colores sin distinguir. “Mi nueva casa” (1,784,945 likes)“Reencuentro con viejos amigos” (2.467.934 likes) y “El saludo de mi abuela” (3.212.325 likes) entre otras, dieron pie a muchos comentarios , interacciones y respuestas de mi ex mujer, ahora una influencer del más allá, que maravillaba al mundo con sus fotos de la otra vida. No tomó mucho tiempo en que sus seguidores comenzaran a hacerle peticiones tipo “muéstranos al creador” “queremos ver a Dios” y “una foto de Jesús”. En cuestión de días, esto paso de ser una sugerencia a una exigencia.
Fue así que llegó la foto número 946 de su cuenta. “Selfie con el Creador” ( 15.765.438 likes), publicada a las 7:04 am Hora del Pacifico. Antes de llegar al mediodía, se habían notificado 15.765.438 muertes súbitas alrededor del mundo. Todos tenían su celular en la mano.
La aplicación fue dada de baja ese mismo día, lo que no evito los millares de demandas por su responsabilidad en el asunto. Yo, sin tener arte ni parte en lo que había sucedido, fui considerado un paria por la sociedad, no solo por mi círculo cercano, sino que por el mundo entero. Como si fuera mi culpa que la gente tenga morbo y persiga ver cosas que no les corresponde ver.

Han pasado cuatro o cinco meses, ya no recuerdo bien. Nadie me habla. Las personas me temen o me odian, pero ninguna desea acercarse. Oriana es una especie de monstruo, de demonio colectivo, cuyo nombre todos temen pronunciar
Una sobrina alcanzó a enviarme esa mañana, un pantallazo de la foto 946, antes de perder la vida “mira lo que publicó hoy la tia Oriana”, se alcanza a leer en el encabezado del mensaje, que sigo sin abrir. Todas las noches, miro el teléfono, y me pregunto si es hora de ver esa foto y acabar con este terrible silencio que me rodea…

Texto agregado el 28-08-2021, y leído por 80 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-08-2021 Quizás la palabra sacrilegio pronto pasará de moda, motivado esto por las nuevas plataformas, con cámaras ultra dotadas que captan objetos infinitesimales y hasta espectros posando felices de la muerte. Interesante relato que se inspira en la corriente febril de las selfies y de los influencers que le sacan partido a sus virtudes. Abrazos. guidos
28-08-2021 Me gustó el cuento. Saludos. ValentinoHND
28-08-2021 Muy buena la adecuación a los tiempos modernos. Saludos Nilope
 
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