Cuando la casa
se queda vacía,
corren los ecos de las risas
tras las conversaciones tardías.
Huyen para disfrazarse
de murmullos encendidos
en el silencio de los días.


Cuando la casa
se queda vacía,
se asoma tímido
el concierto de ruidos
para hacerse compañía.
¿A dónde quieres ir
alma mía?
Vestida
de sedosa armonía.


El compresor del freezer
comienza su canto
de queja interminable.
Con un exabrupto de vibraciones,
que en el ritmo se extravía,
estira el pentagrama
para acomodar
ruidosas sinfonías.


Las paredes crujen,
presintiendo
que se aproxima el frio.
Un portazo a lo lejos,
seguido por un ladrido,
se cuelan súbitamente
al concierto de lo conocido.


Se hacen presente
suaves imágenes
para robarse la mirada
con recordada lejanía.
¿A dónde quieres ir
alma mía?
Pegajosa
vestida de alegría.


Pulsos pausados
que capturan la existencia
del un cuerpo.
Un cuerpo extendido
en estrechos pensamientos.
La modorra
en una tibia letanía
que completa la tarde
con insolente cercanía.


La respiración deja escapar
un suspiro que delata
emociones vividas.
Se eterniza en un instante
la placentera compañía,
que acaricia el alma
con la presencia
de la vida.
A lo lejos, en otra calle,
hay otra casa
que también
se quedó vacía.