EL SUICIDIO

El hombre percibía daños emocionales y racionales que alteraban su conducta, pensaba que eran provocados por los sueños que estaba teniendo desde un tiempo atrás. Sueños muy profundos en donde participaban mujeres asesinas. Era curioso, pero estando en vela recordaba todas sus terribles pesadillas y sentía como le resultaban más intensas y dañinas; por la noche le robaban el sueño alterando su tranquilidad, y por el día le maquillaban su tiempo de vela por fatales recuerdos oníricos. No había hablado con nadie al respecto, ni mucho menos había buscado ayuda especializada, le parecía algo extraño, pero no dudaba de su cordura.
En cada uno de sus sueños aparecía una mujer diferente, pero siempre jugando un papel similar e importante en la trama onírica. Dichas mujeres lo instigaban a quitarse la vida haciéndolo sentir un coraje y un dolor añejo dentro de sus entrañas por algunos estúpidos errores cometidos en su pasado.
En el último sueño, estando a punto de suicidarse, notó en el rostro de la protagonista un deseo inmanente de venganza. El lenguaje corporal de ella le mostró que era la autora intelectual de los suicidios y que jugar ese papel la hacía sentirse victoriosa; felizmente liberada de un viejo odio hacia él.
Esas encarnizadas pesadillas parecían películas de cine de suspenso y terror en donde el hombre escuchaba la voz de ellas dándole un montón de argumentos de desamor para que se suicidara y, él, para evitarlo, recordaba una cantidad de imágenes de entregas de amor pleno para disuadirse de hacerlo.
Racional y sentimentalmente el hombre no mataba a su ser físico, pero mataba noche a noche a su ser onírico. Después de muchas noches, agotado de estas terribles pesadillas, tomó un cortapapeles y lo clavó lentamente en el corazón de la mujer que esa negra y fría noche estaba en su sueño.


Jerry Méndez