De un momento a otro empezaron a desaparecer sus bragas. Al principio no le prestó mayor interés, pues pensó que el viento se las estaba llevando sin que ella se diera cuenta. Al paso del tiempo empezó a preocuparse porque el asunto no paraba ahí. No solo era un problema de vestuario, sino un problema económico, sobre todo con lo costosas que estaban. Ella no compraba las más baratas, compraba las más costosas y de última generación. Como no le quedaba ninguna, no le quedó más remedio que volver a comprar. Esta vez decidió ser muy cuidadosa con esas prendas, cuando las lavaba las sujetaba con ganchos para que no se las llevara el viento, pero aún así desaparecieron del alambre en que las colgó. Ahora si que estaba preocupada, para solucionar la situación decidió comprarse una carabina y estar vigilante, al menor movimiento de algún extraño dispararía a matar.
Pasaron los días y nada que aparecía el ladrón de bragas. Dejó de vigilar desde la ventana, en la terraza no sucedía nada anormal, solo se veía la ropa extendida en los alambres. Un día escuchó ruidos, pensó que eran los gatos del vecino que solían hacer el amor en la terraza de su casa. De repente y ante su asombro vio al hombre araña robando sus bragas, sin pensarlo dos veces apuntó con su carabina y disparó. Los balazos fueron certeros: uno dio en el corazón, otro en los genitales y otro en la pierna. El disparo en el corazón hubiera sido suficiente, pero tenía tanta rabia que se cegó. Al rato llamó a la policía, los uniformados llegaron de inmediato a resolver el asunto. Le quitaron la ropa al hombre araña y vaya qué sorpresa, el ladrón de bragas resultó ser el cura de la parroquia que confesaba a Alicia.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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