Era mi princesa de cuento, mi niña adorada. Aquel arrebol en sus mejillas contrastaba con su blanco rostro de Sissi de largometraje hollybudesco(o como se escriba). Adoraba a su progenitor como si de un mismo rey se tratara. Lo que por tal representación me convertía en un tipo monegasco, o algo por el estilo. Uno era rey, pero sin corona. Concretamente- como decía el cantante Ramoncín-, del pollo frito. Una especie de.
Tenía una cadena de restaurantes en Madrid. Gran esfuerzo, al empezar desde cero, me había costado. Era un tipo conocido. En casa no faltaba dinero. Quizá algo de sofisticación, pero no era aquel nuestro problema: el del cupro-níquel dinerario. Aupada por tales principios económicos, había que darle una educación a la altura a la niña. Una pasta nos costaba. En el King`s college la teníamos: bilingüe, sofisticado- como decía-, culto. Sus padres sólo sabíamos hacer, también bastante de aquello por cierto, pero sólo cachopos; y atender con simpatía al público. Nada de Kafka ni de existencialismo.
Y así nos la arrebató un truhan, medio quinqui, medio intelectual. Que no tenía para llenar completamente la andorga, pero, eso sí, la buhardilla en la que vivía llena de libros. |