La resaca del espíritu
I
Caminar lentamente, paso a paso,
con los ojos cerrados
entre olas de humanos
deshumanizados y malolientes…
no de olor, sí de gestos y de enojos;
cascadas de hojas muertas
disecadas por la envidia, la pena y el coraje.
Seres, cuántos seres mostrándose a pedazos,
mirando sin ver, discutiendo sin hablar,
ahogados en su aliento… en su silencio
¿Cuántos silencios existen?,
no lo sé, ni lo sabré.
¡Me importa un carajo el silencio!
quizás, sea oportUNO, tal vez, inoportUNO,
¿qué importa? ¡Da igual, de ambos modos
terminan con UNO!
¡Terminan con dos, con mil, con todos!
¡No, no conmigo! yo ya estaba terminado
me adelanté a los hechos grotescos, estúpidos e ilógicos,
con los ojos abiertos cansados de no ver que fui el peor,
peor que UNO, que MIL, que TODOS...
aún sin quererlo, sin saberlo, sin sentirlo,
sin soñarlo, no sé si fui yo:
¿O fui él? ¿O fui ella? ¿O fui ninguno?
Los pasos no se cansan, pero yo sí,
me agoto, me desfondo,
camino más despacio sobre piedras mezquinas
y paredes de espejos;
espejos plomizos, mentirosos, quebradizos
que se burlan de todo lo que ven…
que muestran a mi lado a un idiota
imbécil y distraído
hediondo, sí de olor, si de gestos;
con la ropa raída
y corbata que parece chal
—ni siquiera bufanda— un puto chal deshilachado,
barba negra de mugre con raíces y cabellos
plateados por el tiempo…
Canas, muchas canas, ¡malditas o benditas canas!
Sigo caminando casi a gatas, pero caminando,
escondiéndome del idiota que va a mi lado.
¡Está bien, lo acepto! voy huyendo
de ese hazmerreir
que no hace ruido,
que me jode con su silencio,
que me estremece con su apatía,
que me intimida con su distancia,
qué, qué, qué y miles qué.
I I
El cansancio ya venció a mi cuerpo.
Me detengo,
el idiota también lo hace,
cierro los ojos y no lo miro…
no sé si él cerró los suyos,
me entra la duda
y los abro…
¡está abriendo los suyos!
Sin temor lo miro fijamente
siento arrepentimiento,
siento pena por él;
tristeza, desconsuelo, nostalgia…
mas no lo abrazo.
Me enseña una cicatriz
igual a la que yo tengo:
¡Oh no, es la mía!
¡Me la robó, me la robó!
Discretamente
miro mi mano y mi cicatriz sigue ahí, en su lugar.
¿Quién es este idiota plagiador de cicatrices?
¡Quién es? ¿Acaso me dirá quién es?
Él se atreve. Abandona su silencio
y a grito abierto se dirige a mí:
“¡Soy tú!
¡Sí, soy el mismo tú que no se acepta,
que se avergüenza de su cobardía
de su apocamiento, de su negatividad!
¡Soy tú, avergonzado muy avergonzado
de tu falta de valor para aceptarte como soy,
para aceptarme cómo eres,
para entender que somos uno
aunque nos veamos dos!”
Crueles paredes de espejo
¿por qué permiten a este idiota
decir que soy yo
sí está dentro de ustedes
y no dentro de mí?
¡No, no es yo, es hombre espejo!,
Yo sé que es hombre espejo...
o... ¿acaso es mi conciencia?
Jerry Méndez
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