El acto de magia
Me llama mi hijo por teléfono y me dice si puedo cuidarle los chicos: son tres: Marcos, Matías y Paula, tienen nueve, once y trece años respectivamente.
Me dejan las instrucciones de qué come cada uno, que a tal horario tal cosa, que a tal horario tal otra. Tienen muchos juguetes, libros, además de la compu, de la tablet, de la tele y de los juegos de mesa. Van al colegio, hacen deportes, y otras actividades como idiomas, pintura.
Marcos trae un baúl y descarga todos los juguetes en el piso, toma uno, toma otro, y otro y otro; y al final me mira y me dice: “Estoy aburrido”.
Matías, tablet en mano, no sé a qué juega, pero en quince minutos, está aburrido.
Paula, en su computadora, mira videos, escribe algo, y enseguida: “Estoy aburrida”.
Bajan los juegos de mesa, todos quieren jugar a juegos distintos, porque el Ajedrez es aburrido, el Scrabble, el Estanciero y no sé qué diez juegos más son todos aburridos.
Y entonces empiezan las peleas: Que quiero la tablet que tiene tal, o la compu que la tiene el otro o el juego de mesa que recién dejaron por aburrido. Y al unísono los tres me dicen: “Abu, estamos aburridos”. “¿Qué podemos hacer?”. Imagínenlos con todos esos elementos, se aburren. Y a mí aburre cuidarlos, me aburre, porque siempre están aburridos. No veo la hora que lleguen los padres. Cada vez que voy, a la vuelta juro que nunca más los cuidaré. Pero como negarse a la voz suplicante de un hijo que me dice: “Sin compromiso, má. Si no podés no importa, de alguna manera nos arreglamos, o si no le digo a mi suegra. Pero viste ya le dije a ella la semana pasada, y no quiero molestarla tanto”. Y ahí sentís la manipulación de su vocecita que en realidad dice: “Ella siempre puede”. Y los celos de consuegra te carcomen y decís: “Quedate tranquilo que a las nueve en punto estoy ahí”.
Escribo esto desde la casa de mi hijo, porque no soporto el aburrimiento de cuidar a estos niños hermosos que son mis nietos y que son muyyyyy aburridos. Bueno, me fui por las ramas, volvamos al tema que hoy nos compete, dirán que este escrito uso mucho la palabra “aburrido”, “aburrirse”, etc., pero creo que esa palabra es el más fiel reflejo de la insatisfacción. Antes que nada, quisiera definir el aburrimiento. Por lo menos, lo que es para mí, ya que no soy una experta en idiomas, ni tampoco en las ciencias mentales creo que se refiere a la falta de algo, de no saber cómo llenar vacíos, estar en la búsqueda de algo que nos produzca placer.
Me traje el tejido de crochet, hice dos hileras y me cansé. Estuve con el celular jugando a una aplicación de idiomas y lo dejé. Le doy una hojeada al libro que traje y también lo dejé, ni alcancé a leer una página. Entonces pienso: “¿Será hereditario lo del aburrimiento?”.
Estoy en el living y desde uno de los cuartos escucho gritos de estos especímenes que amo, que parecen a punto de sacarse los ojos y a los dos minutos caen en la depresión nuevamente del: “¿Abu, qué hacemos?”
Entonces, pienso en qué me gustaba hacer a esas edades, en realidad mucho no recuerdo, recuerdo que también me aburría. Y les digo qué me proponen hacer. No sabemos Abu, decí vos.
En primer lugar les digo que guarden todos los juguetes, compu, libros, tablet, todo lo que está desparramado por todos lados, en realidad es sólo para ganar tiempo a ver si llegan sus padres, porque no tengo la más pálida idea de qué les voy a decir que hagamos.
Misteriosamente en un santiamén está todo el terreno despejado y me miran con atención como si fuera que van a asistir a no sé qué acto de magia y me dicen: “Ya está Abu ¿qué hacemos? Y yo me empiezo a reír y me tiento y me río a carcajadas (cuando no sé que voy a hacer, me río de los nervios que eso me provoca) y les digo: “¿Por qué crecen tan rápido? Antes era más fácil, cuando eran chiquitos, era cantarles Manuelita, rascarles las espaldas…” Y los tres se tiran arriba mío en el sillón y me dicen: “¡Queremos Manuelita, queremos Manuelita!” Y en cuarteto cantamos: “Manuelita vivía en Pehuajó, pero un día se marchó, nadie supo bien por qué a París ella se fue, un poquito caminando…” y los tres me piden de a uno que les rasque la espalda. El más chiquito me mira y dice: “Abu, ¿estás bien?, tenés los ojos brillosos”. Sí, sí,- respondo - me entró una basurita…
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