En una galaxia
que viaja montada
sobre un universo
que se expande de la nada,
espero.
Entre la oscuridad
que lo devora todo,
con débiles pisadas
sobre el helado lodo,
nos movemos.
Sobre un planeta
de tenue azul
que se conserva
alejado del centro,
espero.
Protegido del vórtice
de la expansión destructiva,
con el reflejo de azul infinito
sobre la mirada rendida,
nos movemos.
En un rincón del planeta
sobre la fértil sierra,
remojada por la lluvia,
en un trozo de tierra,
espero.
Protegido por fronteras,
con himnos marciales
y coloridas banderas,
me siento seguro.
Sobre la tierra dividida
entre líneas imaginarias
de cercos y alambradas,
levantando paredes,
espero.
En una morada,
de murallas construidas,
acumulando viejos afectos
y relaciones destruidas,
me siento seguro.
En un rincón del baño
encerrado tras la puerta,
con vergüenza de especie,
como animal acorralado,
espero.
En un cuerpo desgastado,
parado frente al espejo,
huyendo en la mirada
de unos ojos viajeros,
me alejo.
Atrapado en un habitáculo
de huesos y carne,
que se desplaza entre sonidos,
intercambiando con el entorno,
viciados fluidos en cada giro,
espero.
Tras una delgada
capa de piel,
en el recuerdo de rostros
que me miran a diario,
vivo.
Hay una gran oscuridad
en mi interior que se devora
a sí misma.
De vez en cuando puedo
ver el débil destello,
que delimita los tenues
bordes de mi consciencia
atrapada.
Y es que con un leve parpadeo
gira y grita queriendo expandirse
sobre mis ojos oscuros
en un cerrado universo,
de brillantes reflejos
y de explosivo verso.
Que inocentemente dibuja
con trazos ficticios
ventanas con barrotes
y puertas reforzadas,
tras la que hace
segura la vida.
Y yo.
Y yo sigo parado, girando,
mirando el cielo,
y espero. |