Tengo la sensación de nunca haber perdido mi cuerpo. En verdad creo que en este momento, estoy pasando por la etapa de negación mortuoria. Lapso muy comentado en el libro tibetano de los muertos.
Es algo muy difícil de explicar; carezco de cuerpo físico. Pero puedo sentir el calor del horno, oler el fuerte aroma a carne quemada, y ver cada uno de los movimientos adentro del crematorio municipal. Instalación ubicada en el subterráneo del edificio de la morgue.
En algún lado leí que es el corazón, lo último en calcinarse cuando un cadáver es incinerado. Sin embargo, desconozco la veracidad de esta afirmación.
Pensaba en qué carajos había pasado para que mi cuerpo terminase reducido a un negruzco puñado de cenizas, cuando lo vi venir.
Caminaba con paso seguro, y adornaba su rostro con una satisfactoria sonrisa. Me recordó la llegada de Randall Flagg en la novela "Apocalipsis" de Stephen King.
De improvisto (y tras darle un puñado de dólares al encargado del crematorio), lanzó mis cenizas (de lo que fueran mis restos mortales) a las mohosas y grasosas baldosas del piso. Y comenzando a reír como un demente, inició una macabra danza sobre ellas.
Desconcertado lo vi bailar salvajemente la popular canción "Soy mexicano" de Jorge Negrete.
Los acordes resonarían hasta las mismas puertas del cementerio adjunto.