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Ramiro se levantaba muy temprano para aprovechar esa paz de las mañanas y escribir su novela. Antes de sentarse a la computadora puso mate cocido a hervir. Escuchó unos chillidos, pequeños ruiditos que venían de algún lugar que él no pudo precisar. Con la taza humeante se sentó a escribir. Releyó lo último que había escrito el día anterior y volvió a escuchar los chillidos. Trató de no prestarles atención, pero no pudo, esos inmundos sonidos se repetían sin cesar. Se levantó dispuesto a buscar de dónde venían. Avanzó agachado con los oídos agudizados. Se acercó al aparador, no venían de ahí, de la heladera tampoco. Los chillidos se reiteraban. Insoportables. Ramiro se tapó los oídos. Cayó de rodillas al suelo. En eso vio dos ratas que salían del bajomesada y atravesaban el comedor para perderse debajo de los sillones. En un acto impulsivo agarró la escoba y empezó a dar golpes para matar a las ratas. Las ratas escaparon y Ramiro no podría decir adónde habían ido. Con el barullo se despertó María, la esposa de Ramiro.
¿Qué pasa?, preguntó.
Ratas, dijo Ramiro. Chillan y no me dejan escribir.
Yo también las escuché, dijo ella. Ayer mientras hacía una torta, escuché los chillidos, no sabía que eran ratas.
Inmundas.
Al otro día Ramiro compró veneno. Eran unas semillitas verdes. Las colocó en los rincones, detrás de los muebles, de la heladera. Se puso a ver un video en youtube. "Ser feliz a los cuarenta", se llamaba el video. Un músico español hablaba de cómo había fracasado muchas veces y se había vuelto a levantar para tener a los cuarenta una vida plena donde se combinaban el entusiasmo y la experiencia. Ramiro estaba mirando el video cuando escuchó los chillidos. Dios mío, por favor, basta. Se puso de pie, y como un ninja que avanza caminó por el ambiente en busca de las putas ratas. Los chillidos parecían venir de todos lados. A un costado, al otro, incluso desde arriba. Vio pasar dos animales como misiles entre los muebles. No eran ratas, eran reptiles, como lagartijas. Ramiro se tambaleó, confundido. Al rato callaron. Ramiro se sentó otra vez a ver youtube. Otra vez los chillidos. Ramiro saltó del sillón y otra vez escoba en mano empezó a dar golpes, a meter la escoba por los rincones. Apareció María.
¿Las ratas?
No son ratas, no sé, vi lagartijas, dijo él.
Ella agarró un secador y empezó también a dar golpes y hurgar en rincones.
Los bichos desaparecieron.
Ella y él se tiraron en los sillones, despatarrados, con la respiración agitada.
¿Qué vamos a hacer?, preguntó Ramiro.
No sé, dijo ella.
Hay que matarlas.
Tal vez no deberíamos matarlas. Mejor ahuyentarlas.
Hay que matarlas.
Los chillidos volvieron. Ramiro y María con escoba y secador empezaron a dar vueltas. Ni rastros de las lagartijas, pero sí el chillido. Era como el sonido del telgopor cuando se frota con vidrio. Dios mío. Fueron al dormitorio y cerraron la puerta. Con la luz apagada se acostaron y se abrazaron. Estuvieron así un rato largo. Los chillidos terminaron. María y Ramiro se besaron. Ramiro le acarició la espalda. Después puso la mano en su nalga. Le bajó la bombacha. Otra vez los chillidos. Se escuchaban desde arriba. Ramiro se estiró, encendió el velador. Varios murciélagos volaban rebotando de una pared a otra. La puta madre, murciélagos. Ramiro saltó de la cama. Abrió la puerta. Los murciélagos como absorbidos salieron de la pieza. Siguieron chillando.
Es demasiado para mí, dijo María.
Ramiro se arrodilló y empezó a rezar. Temblaba. María se llevó las manos a la cara, empezó a llorar.
Los chillidos cesaron por un rato. Pudieron cenar. Se sentaron en el sillón a ver el programa de entretenimientos de la noche. En el programa convocaban a taxistas que tiraban un número en la ruleta para ganarse un auto cero kilómetro. María y Ramiro se entusiasmaron. Un tipo había acertado con el número, si volvía a acertar el auto era suyo. Ramiro se mordía las uñas. El tipo iba a hacer girar la ruleta cuando...chillidos, otra vez unos chillidos como puertas con bisagras viejas que se abrían. Ramiro y María se miraron. Fueron a buscar la escoba y el secador. Desde atrás del televisor salieron dos pájaros negros, con el pico rojo, chillaban. Revoloteaban y María y Ramiro tuvieron que agacharse y cubrirse para no ser golpeados por los pájaros. Corrieron y se encerraron en el baño. Se abrazaron temblando.
¿Qué es esto, Ramiro?
Una maldición.
Los chillidos cesaron. Se animaron a salir del baño y los pájaros ya no estaban.
María y Ramiro supieron que los chillidos iban a volver.
Supieron que no volverían al silencio nunca más.
A la paz del silencio.
Salieron a la calle y la gente lloraba. Se agarraban la cabeza. Se arrodillaban. También escuchaban chillidos.

Texto agregado el 12-08-2021, y leído por 100 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-08-2021 De terror... Muy buen relato, me gustó. Saludos Shou
13-08-2021 Original relato y terrible plaga la de todos estos animales chillando, para desgracia y desesperación de los habitantes de la casa. Pero cuando las cosas salen mal o se combinan para ir de mal en peor, son iguales o peores que los chillidos de tu relato. Me gustó. Saludos. maparo55
13-08-2021 Terrible vida le espera a los protagonistas de tu relato. Saludos, Sheisan
12-08-2021 ¿Es una reimpresión? creo haber leído antes este corto. Me gustó el ritmo y las terribles imágenes de esos roedores asquerosos. Muy bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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