Ella paso sin pedir permiso, al principio no le di importancia. La ignore como quien ignora a un desconocido. Con el correr de los minutos y sin darme cuenta, ya estaba ahí. Hablándome. Y aunque estuviera ocupado y haciendo otra cosa, ella me seguía hablando. Quería toda mi atención.
Al principio intente resistirme, hacer como que lo que decía no tuviera importancia, seguía ignorándola pero su fuerza era mayor. No era tan fácil hacer como si no estuviera. Ella seguía hablándome, cada vez con más fuerza, cada vez más presente, cada vez más.
El primer indicio de que algo ocurría fueron mis piernas. Una corriente eléctrica, casi imperceptible empezó a subir. Las mismas se tensaron, como si se prepararan para correr una carrera, estaba en el punto de largada. Mis piernas estaban listas y preparadas, atentas y usando todos los músculos enfocados en lo que ella me decía. Intente disuadir sus dichos y que mis piernas me respondieran pero eso no sucedía.
Unos instantes más tarde y mientras luchaba contra la revolución de mis piernas, sentí el primer golpe fuerte. Ahí desperté del letargo y empecé a darle importancia, ya era imposible ignorar lo que ella decía. Como dije antes, el primer golpe fue certero, duro, seco, directamente al estomago. Sus palabras por primera vez calaron bien hondo. El resultado, un pequeño retorcijón con espasmos, que crecía a medida que sus palabras se hacían más fuertes, un eco interno resonaba contra las paredes. Ahora no solo lo sentía en mis piernas, sino también en el estomago, sus palabras crecían como también subían las palabras.
Tenía que hacer algo pero no sabía cómo. Intentaba taparme los oídos para no escucharla más. Sus palabras iban aumentando en intensidad y en duración, pero fue en vano, estaba casi entregado. Ahora lo sentía en el pecho, ese resquemor evidente de una agitación primaveral. Las palpitaciones pasaban la media y mi cuerpo listo para su gran carrera. El motor, mi motor ya había pasado las 3000 RPM y ya se sentía en la mirada, en mi mirada. Ojos hacia afuera, rojos, secos, hervidos a punto de estallar. Dientes re chinchineando, mordiendo el freno como cual caballo de doma, esperando por liberarse del palenque y tirar al jinete lo más rápido posible. Todo eso generaba sus palabras, más fuertes, más firmes, más únicas en mi organizador mental. Ella sabía lo que hacía y lo cumplía al pie de la letra. Ella se estaba convirtiendo en mi tirana y yo en su esclavo.
Por suerte y antes de tomar todo mi cuerpo con sus palabras, la voz de mi jefa me saco de eje. Fue como un interruptor, una válvula de seguridad que aun funcionaba.
Respire hondo, mi cuerpo apagó el interruptor y volvió a la normalidad. Hasta nuevo aviso, hasta nuevas ideas o charlas, hasta nuevas peleas. Maldita ansiedad.
@nahuelroig24 |