…En otro lugar, durante el incendio y a unas ocho cuadras de allí. La lluvia también había alcanzado a Mariano como llovizna primero, mientras dormía exhausto, rendido en una vereda junto a unos vagabundos que le habían hecho un lugarcito sobre sus mugrientos colchones y bajo sus rotosas mantas y cartones. Pero solo él se despertó sobresaltado cuando unas gotas gruesas impactaron en su cara, esa lluvia mojaba de verdad, un milagro para él. Y así de pronto, cuando se hizo más intensa, se puso de pie y comenzó a aplaudir saltando a más no poder. Estaba eufórico, y tras esto, con un grito chillón pero jubiloso pudo expresar por primera vez su alegría y felicidad con total autenticidad.
En ese preciso momento oyó la misma explosión que yo en mi departamento, también las sirenas de los bomberos y ambulancias, que dirigiéndose al teatro lograron acallar su garganta…Esa gente de la calle comentaba esta rara actitud suya, mientras que él insólitamente seguía aplaudiendo como sin ton ni son. Lo observaban con caras de desconcierto hasta que vieron un mejor reparo bajo el toldo de un comercio cercano, y hacia allí se dirigieron. Él los ayudó en el traslado, pero si bien estas personas esperaban que amenguara el chaparrón, él permanecía impávido ante esta inclemencia del tiempo, la disfrutaba. Y al momento en que fue una verdadera cortina de agua, volvió a sorprender con otro inesperado exabrupto; en otro estallido ampuloso; levantó los brazos al cielo y como subido a un escenario público estrenó su nueva voz, bien alta y diciendo; “¡Arriba el telón, la vida debe continuar!”.
Nadie de esas personas supo imaginar que ese chico había sido mudo y de pronto recuperó el habla allí mismo. Tampoco el porqué de esa frase tan conocida. Solo se limitaron a responderle con sonrisas socarronas y encogiéndose de hombros por ese no saber cómo se le responde a un loquito.
… Volviendo al teatro, ya puedo decir que tuve otra sorpresa al día siguiente; desde la morgue me confirmaron que los huesos encontrados se correspondían a la anatomía del encargado, junto a unos pocos de una mujer aún no identificada…
No voy a negar mi extrañeza, fue insólito pero no tanto, conociendo esta historia desde un principio, enseguida concluí que se trataba de su esposa fallecida. Que con alguna artimaña había retirado sus restos del cementerio para que estuviera cerca de él en el teatro. Precisamente así escondida, en esa casi catacumba, donde por única vez Mariano entró para esconderse, y al encontrarse con ese nicho socavado en una pared de ladrillos flojos,( seguramente con esa osamenta completa de su madre en su ataúd, se encontraron herrajes funerarios), aterradora sorpresa que le quebró la voz para siempre…
Aquí tengo que admitir que me equivoqué aquella vez que opiné sobre el origen de este trauma, ese chico sabía el porqué de su mudez, pero nunca quiso expresarlo, y su padre menos, ni hablar…
…Han pasado ocho años de esta pesadilla. El teatro se restauró y cambió de dueño, no obstante aún sigo cuestionándome cosas de lo ocurrido allí. Si aquel incendio fue debido a que ese padre, en última instancia lo abandonó por salir en búsqueda de su hijo, o porque decidió quitarse la vida “accidentalmente”, inmolándose junto a lo que fue su esposa. Es lo que más creo, a su mente perturbada le alcanzaba los motivos para esta drástica decisión; esa madre había dejado la vida sobre el escenario para que su hijo fuera todo un actorcito, y éste, en pleno aprendizaje abandonó el teatro por quitarse de encima las exigencias desmesuradas de su padre, demasiada culpa y remordimiento que soportar...
De esta certidumbre no me alejé nunca. Ahora, cada vez que abro el cajón de la cómoda y pongo en la palma de una mano esas monedas caducadas por nuevas emisiones, ennegrecidas por aquel hollín volando, tiembla, y allí prefiero pensar simplemente que todo lo ocurrido fue por un capricho de la fatalidad. Este pequeñísimo tesoro es el único recuerdo material que conservo de mi teatro. Lo único que quise y pude salvar, aunque sabía que no me pertenecía. Por ahora sigue siendo de aquel Marianito que nunca más volví a ver, al que se lo debo y devolveré algún día, espero.
…La llegada de mi nieto corriendo hacia mí, me sacó de esta nueva abstracción y rápidamente puse esas monedas sobre la cómoda para abrazarlo y recibirlo con un gran beso como es mi costumbre... Pero apenas él ve lo que dejé de apuro, me cuestionó por qué. Y no supe qué contestarle, cómo explicarle a un chico brevemente una historia tal larga y triste. No estaba con ese ánimo, apenas me dio para responderle escuetamente: - son viejas, las del teatro -, y enseguida escaparme de la siguiente pregunta, proponiéndole:-¿Querés que te lleve a la plaza, vamos?
Apenas llegamos, me senté en un banco a esperar con paciencia que él se cansara de tanta retozona movilidad, de correr y saltar por todos lados. Sin embargo, mucho no se alejó de mí, a unos metros quedó como petrificado,
boquiabierto, observando a dos blancas estatuas sobre su pedestal, a dos estatuas vivientes…
A un “Romeo” y a una “Julieta”. Él con un brazo y su mirada extendida hacia lo alto de un improvisado balcón, apenas elevado del suelo. Y allí arriba estaba ella, inclinada hacia delante, apoyando sus manos en una endeble baranda y con unos ojos eternos fijos en él... De más estará decir que entre ambos nos remitían a aquella famosa escena de la obra de Shakespeare. Mi nieto no comprendía de qué se trataba, pero muy sagazmente me hizo esta observación mientras palpaba una de esas vestiduras tan blandas...
-Abuelo, no son de verdad, están quietos pero no son de verdad.
-Claro, mi amor, son personas que imitan a estatuas, así vestidas.
-Sí, pero son aburridas, abuelo me gustan más esos que se mueven mucho, mucho y hacen morisquetas-
-¡Ah!,si…Pero esos son los mímicos, mimos, que ya están pasando de moda en la calle, ahora llaman más la atención estos que se quedan, duros, bien duritos, pero ¡ojo, no los toqués porque se enojan enserio. No hay que molestar a esta gente cuando está trabajando… Así que tomá, dejale estas monedas y volvamos que ya deben estar por irse, la Julieta acaba de bajarse del balcón...
-No, abuelo, no me des nada... te saqué las del teatro, esas viejitas para las palomitas de maíz, y ya se las puse en el plato... no te pedí permiso, perdóname…
Cómo podría no perdonarlo ante semejante gesto de caridad de un niño en su pura inocencia, cerré la boca y mastiqué mi rabia. Esas monedas tiznadas de óxido y hollín se destacaban sobre las demás por inútiles y obsoletas, pero seguirían siendo para mí, cayeran donde cayeran después, de un valor afectivo que nunca podría dar por vencido... Esto pensaba desde la resignación, pero cuando noté que este Romeo, frío como el mármol, no pudo evitar que una lágrima furtiva surcara su rostro con talco emblanquecido, todo cambió para bien...Él abandonó su obligada inmutabilidad y yo mi indiscreta observación uniéndonos en un ampuloso abrazo de años. Tenía frente a mí a aquel traumado y sufrido Marianito, libre de mandatos y apremios, todo un hombrecito ahora…
(Recuerdo que en aquella espontánea demostración de un gran cariño guardado, él se valió para decirme al oído susurrando; arriba el telón que la vida vida continúa, y quedé estupefacto, sin habla)
FIN |