Me dijo que era una cosa de vida o muerte. Así me lo pidió. Se llamaba Yamir. Era de la India. Uno de mis compañeros en el Colegio del Mundo en Nuevo México, Estados Unidos. Yo había llegado ahí por una beca. En el colegio vivíamos 200 estudiantes provenientes de más de 70 países. Había chicos de países raros como Sierra Leone o las Islas Fiji. En la cafetería, que era el lugar donde comíamos se escuchaba hablar Francés, Italiano, Portugués, una diversidad de idiomas, e Inglés por supuesto. Era como un cóctel frutado, muchos colores, muchos sabores, muchos olores. Yamir era excelente en matemáticas pero se ve que no le alcanzaba. Me lo confesó una tarde en que caminábamos por el parque.
-Tengo que ser aceptado en Harvard… – dijo. – o Cornell…
Yo la verdad que no tenía esas pretensiones, tal vez las había tenido, tal vez estaba ahí becado en Estados Unidos porque yo también había soñado con estudiar en Harvard. Ahora quería ser escritor. Más que ser escritor había descubierto que escribir era una necesidad pulsional, fisiológica, física, existencial; había descubierto que escribir era vivir para mí.
Por otra parte había descubierto que quería volverme a la Argentina. Después de terminar mis estudios secundarios, que era lo que correspondía a mi beca, quería volverme. Extrañaba a mis viejos, a mi hermano, a mis abuelos, a mi tío, a mis amigos. Los extrañaba demasiado, y el estar de algún modo en el exilio, sin tus costumbres, sin tu idioma era una experiencia dura. Cuando uno se siente mal, uno se cobija entre las alas de los familiares, ellos siempre están ahí, pero cuando uno está solo, a doce mil kilómetros de distancia del lugar natal, cuando a uno la vida lo maltrata, no tiene mucho donde cobijarse, algunas amistades, pero no es lo mismo, yo me cobijaba en la poesía.
En el colegio, los profesores, los directivos, se decía que nosotros íbamos a ser los líderes del futuro. ¡Se esperaban grandes cosas de nosotros! Yo nos recuerdo como a un montón de pollitos mojados sin saber por dónde seguir cuando nos decían esas cosas. Sonaba bien eso de ser líder del mundo, pero de ahí a serlo, y toda la responsabilidad que eso implicaba. Te lo regalo. La cosa que yo quería terminar mis estudios y volver a la Argentina. Va fan culo con ser líder, yo quería volver al barrio, tomar cerveza, jugar al fútbol, salir a bailar.
De algún modo éramos alumnos distintos. En los exámenes, los profesores se iban del aula, y no nos copiábamos. Cada uno seguía en lo suyo. Los profesores nos tenían suma confianza. Nos invitaban a comer a sus casas. Charlaban con nosotros durante las comidas, o en el parque, siempre eran accesibles y amables. Por otro lado había ciertas reglas con las que no se bromeaba, drogas por ejemplo, a uno de los muchachos, un sueco, le encontraron marihuana, y ese mismo día se tuvo que ir del colegio, le consiguieron un vuelo y chau, a Suecia. Hacíamos trabajo comunitario. Íbamos a acompañar ancianos en asilos, o discapacitados, o niños huérfanos. Pero ahora Yamir me decía: es cuestión de vida o muerte. El asunto es que necesitaba sacarse un diez en la última prueba de matemáticas para tener buenas notas y chances de ser aceptado en Harvard o Cornell, o algunas de esas universidades. Como sabía que no le daba para sacarse un diez había planeado hacerse pasar por enfermo, faltar a examen, y como el profesor le tomaría el mismo examen unos días después, él quería entrar en la oficina y robarlo para tenerlo de antemano. El tema es que quería que yo lo ayudara a robarlo. ¿Por qué me elegiste a mí?, pregunté. Porque sos mi mejor amigo, sentenció.
Yo no me sentía el mejor amigo de Yamir. A veces hablábamos un rato en el
patio o durante la comidas, pero no teníamos esa confianza que hace a dos amigos íntimos. Tal vez había notado flaquezas en mi moral. No lo sé. Pero Yamir me había elegido a mí y yo debía ahora elegir entre hacerlo o no.
Le dije que sí. Lo vi tan desesperado, me imaginé toda la presión familiar y social que debía tener Yamir sobre sí para querer tan ansiosamente entrar en Harvard. Yamir se puso papel secante en la planta de los pies, eso le dio fiebre, el médico le dijo que se quedara en la habitación, que no fuera a clases. Zafó del examen de matemáticas. Al otro día, por la tarde, sigilosamente, nos metimos en la oficina del profesor de matemáticas. Revolvimos los cajones y encontramos el examen. Cuando estábamos en eso entro el profesor. Chicos… ¿Vinieron a visitarme?, preguntó.
Sí, dijo Yamir, metió el examen en su bolso y le dijo que veníamos porque
estábamos intentando una solución para el teorema de Fermat. El profesor se nos acercó y nos sentamos juntos en el escritorio. Yamir desplegó unas fórmulas. El profesor dijo que estaba muy contento con nosotros.
Al otro día Yamir aprobó con diez el examen de matemáticas. Para fin de semestre recibió la noticia de que había sido aceptado en Harvard.
Pasaron veinte años. A veces lo veo en Facebook. Es un prestigioso ingeniero de una multinacional alemana. ¿Será feliz?, me pregunto. Yo me volví a la Argentina. Lucho para llegar a fin de mes. Los lunes a la noche vamos con los muchachos a jugar al fútbol y después comemos un asadito. Estoy separado. Veo a mis hijos tres veces por semana y finde por medio. En 1995 un tal Andrew Wiles demostró el teorema de Fermat. Yamir estaba desesperado por entrar a Harvard, confiaban en que seríamos los líderes del mundo.
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