- Rosa, las maletas y al buga.
Por fin llegaba setiembre. Era su costumbre. Salir de vacaciones cuando la mayoría regresaba. Además viajaban por la noche, casi cronométricamente. No distaba demasiado su casa del chalet de la playa, pero era mejor hacerlo por la noche. Para los críos era un alborozo. Una especie de institución familiar. Hacían la cuenta atrás, cuando llegaban las doce de la noche del día treintaiuno de agosto. Y aquel año era algo especial. En mitad de una pandemia. Pero del coche a la casa de vacaciones. Lo llevaban atestado de víveres. No pensaban salir demasiado. Cuando se acabaran se volvían. Pero había una vista estupenda y corría la brisa marina. Unas vacaciones casi en toda la regla. Por la noche un paseo por los alrededores y, si no estaba atestada la playa, también un baño, por la mañana. No pensaban hacer mucha sociedad, pero necesitaban salir del claustro en que se había convertido su casa aquel año. Sobre todo los niños lo precisaban. Se metieron en el coche. Diez, nueve, ocho, siete, seis... Y así hasta cero. Ignición. Y salió en alegre cabalgata la familia.
LLegaron a la carretera. Representaba la libertad, los espacios abiertos, la naturaleza, el sol, la brisa marina. La felicidad en suma. De repente, un vehículo que se incorporaba a la vía por la derecha, se saltó un ceda el paso. Así, repentinamente los abordó por el flanco derecho, con consecuencias catastróficas, nada más salir a la autopista prácticamente. Iban pasados tres minutos de setiembre.